«Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.» (Jeremías 29.13)

Oscar era un campeón de los rompecabezas. Desde pequeño se entretenía con ese pasatiempo. Al principio le regalaban los simples, fáciles de armar, pero con los años se animó a ordenar algunos que tenían más de diez mil piezas. ¡Sus padres, orgullosos, los enmarcaban y colocaban sobre las paredes de la casa para que las visitas pudieran apreciarlos!
Pero nadie olvidará la desesperación que sintió Oscar aquella semana de otoño cuando no lograba encontrar la pieza final de un rompecabezas. La imagen, un cuadro con fotografías de distintas ciudades del mundo, estaba formada por quince mil piezas. ¡Su desafío más grande hasta el momento!
Todos le decían que no se preocupara, que no valía la pena angustiarse por una pieza. ¡Que pensara en las catorce mil novecientos noventa y nueve restantes!
Oscar buscó y revolvió todas las cajas de su habitación. Revisó por todas partes hasta que logró hallar la pieza que le faltaba. ¡Ahora sí el trabajo estaba terminado! ¡La imagen habría quedado incompleta sin ese pedacito de cartón!
Nuestra vida es como un rompecabezas en el que cada pieza es importante. La familia, los amigos, los estudios, el trabajo, los pasatiempos, el noviazgo, los sueños, las ideas, los recuerdos. Todo forma parte de la persona que somos.
Pero aunque todo parezca estar bien, el cuadro estará completo cuando coloquemos la pieza más importante: Dios en nuestro corazón. Él le dará sentido y plenitud a nuestra vida.
Sumérgete: Cada pieza debe ir en su lugar y ninguna puede ocupar el sitio de otra. Lo mismo pasa en la vida: nada podrá llenar el espacio vacío en nuestro corazón que solo Dios podrá completar.