La voluntad soberana

La voluntad soberana

Algunos la han denominado «voluntad secreta» de Dios y, aunque su magnitud está oculta, se revelan aspectos de ella (p. ej., la profecía predictiva). También se la conoce como la «voluntad decretiva» de Dios.

Es el beneplácito de Dios, su consejo o decreto eterno, inalterable en el cual ha predestinado todas las cosas. La voluntad soberana de Dios caracterizará la totalidad de la esencia de Dios, de manera que es eterna, inmutable, independiente y omnipotente (Sal 33:11; 115:3; Is 36:10; Dn 4:25, 35; Mt 11:25-26; Ro 9:18; Ef 1:4; Ap 4:11). Esto no significa que él sea la causa inmediata o eficiente de todas las cosas, sino que todas ellas existen o suceden por su decreto soberano eterno. La voluntad soberana de Dios corrobora todas las cosas, pero no coacciona a sus criaturas para que hagan algo. Decreta las elecciones libres de los hombres.

La voluntad soberana de Dios nada ni nadie puede impedirla ni desobedecerla. Es algo que Dios decretó en la eternidad pasada y se cumplirá por completo y en los términos de Dios.

La voluntad preceptiva 

Consiste en los preceptos de Dios en la Ley y en el Nuevo Testamento para la conducta del hombre (Mt 7:21; 12:50; Jn 7:17; Ro 12:2; 1 Ts 4:3-8; 5:18; He 13:20-21; 1 Jn. 2:17). Se le suele llamar la voluntad de Dios «revelada». En ocasiones, la voluntad soberana y la voluntad preceptiva coinciden. Dios revela su voluntad preceptiva mediante los mandamientos, las prohibiciones, las advertencias, los castigos y los juicios de las Escrituras. La voluntad preceptiva de Dios es su voluntad en un sentido prescriptivo solamente. Su voluntad soberana es la perfección que resulta en sucesos reales. La voluntad preceptiva no revela lo que Dios hará, sino lo que él exige de su pueblo. Lamentablemente, por nuestro pecado, muchas veces desoímos la voluntad preceptiva de Dios y desobedecemos sus mandamientos. Sin embargo, con la ayuda del Espíritu Santo podemos crecer en nuestro conocimiento de la voluntad preceptiva de Dios y en nuestra obediencia a la misma, y de esa manera dar honra y gloria a Dios a través de nuestras vidas.

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