«Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.» (Mateo 8.25-26)
Fernando ni se imaginaba lo que sucedería aquella mañana. Todo estaba arreglado de antemano y nada impediría que se concretara su plan: el barco saldría a horario y, tras dos horas y media de navegación, llegaría a la ciudad para ver a su familia. Pero en medio de la travesía, la situación se complicó…
Un súbito viento del este comenzó a sacudir el barco con tanta furia, que se movía de un lado para el otro como si se tratara de una cáscara de nuez a la deriva.
¡Y qué decir de los pasajeros! Algunos tropezaron y se cayeron al piso, otros tuvieron náuseas y sus efectos inmediatos, y hubo quienes, como Fernando, se arrodillaron pidiendo el socorro divino. ¡Una experiencia desesperante!
Luego de 20 minutos, la tormenta pasó y las aguas se calmaron. Felizmente los pasajeros y la tripulación llegaron sanos y salvos a su destino. ¡Pero nadie olvidará jamás aquellos momentos de angustia y temor!
Ocurre lo mismo con las tormentas de la vida: a veces son impredecibles e inevitables. Amigos que traicionan nuestra confianza, un despido laboral inesperado, una crisis económica, aquel noviazgo que se terminó en forma abrupta… ¡auténticas tormentas que podrían desestabilizarnos!
Pero en todo momento debemos recordar esta realidad: Jesús está a nuestro lado siempre, aún en los momentos más difíciles de la vida. ¡Sí! Aunque el viento sople fuerte y las olas quieran hundirnos, ¡Él calmará la tempestad y traerá paz a nuestro corazón!
Sumérgete: En Jesús nuestra vida está firme. ¡Resistiremos y triunfaremos en medio de los problemas!