«Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.» (Salmos 51.7)

Las imágenes que se veían por televisión eran muy tristes: todo el pueblo estaba rodeado por la inundación y el agua llegaba casi hasta el techo de las casas. Lamentablemente algunas personas habían muerto, y quienes pudieron escapar lo habían perdido todo.
Tiempo después, cuando bajaron las aguas, el panorama era desolador. Sin embargo, muchas familias regresaron porque no tenían otro lugar para vivir. ¡Había que empezar de nuevo!
Entonces llegó Miguel junto a un equipo de jóvenes de varias iglesias cristianas. Se habían enterado de lo ocurrido y decidieron viajar hasta allí para ayudar a la gente en lo que pudieran.
Una de las cosas que llevaron fue una «hidrolavadora», esos aparatos que se usan para lavar edificios arrojándoles agua a gran presión. Los habitantes del pueblo no lo podían creer: ¡el moho salía de las paredes y los pisos como por arte de magia! De esa manera Miguel y su grupo lograron limpiar la suciedad que había dejado la inundación.
Algo parecido ocurre cuando creemos en Jesús y lo invitamos a entrar en nuestro corazón. No importa la suciedad que haya por culpa de los pecados que cometimos. Si se lo pedimos con fe, arrepentimiento y humildad, él promete limpiar nuestra vida de todas las cosas malas.
¡Permitamos que Jesús lave nuestro corazón!
Sumérgete: Acerquémonos a Dios así como estamos, con los pecados y la suciedad en nuestras vidas. Él quiere limpiarnos y hacernos personas nuevas. ¡Atrevámonos y veremos la diferencia!