Introducción:
El que consulte un diccionario sabe de antemano que ese libro tiene que leerse de una manera especial, muy diferente a la manera en que uno leería una novela, un texto de química, un poemario o un refranero. Pero si después toma una guía telefónica, va a entender que ese texto sí se lee de una forma básicamente similar al diccionario: buscando información muy específica organizada en forma alfabética. La única diferencia es que en el diccionario uno está buscando definiciones de palabras, y en el directorio telefónico se consultan los números telefónicos que corresponden a cada nombre. Con solo abrir un diccionario o una guía telefónica, el lector común está practicando el «análisis de género». Por «género» entendemos la categoría literaria a que pertenece determinado escrito, el tipo de escrito que es y la forma en que debe leerse.
Por Juan Stam
En la vida diaria entendemos casi intuitivamente qué tipo de escrito es cada texto, y lo leemos conforme a las reglas de ese género literario, pero en la lectura de la Biblia se suele confundir frecuentemente este asunto y leer muchos escritos conforme al género que no son. Por ejemplo, casi siempre se olvida que la mayor parte de la literatura profética hebrea está escrita en verso, no en prosa. Se lee Cantares como si fuera una alegoría de la iglesia y no un drama romántico. A muchos lectores se les escapa la lógica especial de Eclesiastés como un tratado teológico-filosófico que expone una filosofía tras otra y las refuta una por una. Los Evangelios se leen como si fueran biografías en vez de escritos testimoniales de las buenas nuevas. Al leer las Epístolas se olvida que son cartas personales ocasionales y no ensayos abstractos de teología. Y el peor de los casos, se lee el Apocalipsis como si fuera mero vaticinio, páginas de historia escritas de antemano, en vez de palabra profética del Dios del cielo.
Definiciones básicas
Un entendimiento claro y preciso de ciertos términos claves es indispensable para poder comprender acertadamente la literatura apocalíptica, y concretamente el Apocalipsis de Juan.
El primer término, casi siempre malentendido, es la palabra profecía. En el lenguaje popular hoy, y aun casi universalmente entre cristianos que conocen algo de Biblia, lo profético se entiende como lo que predice el futuro, y profecía se toma como un sinónimo de vaticinio o predicción de cosas venideras, especialmente remotas o al final de la historia. Los que comienzan con este malentendido de lo que es la profecía, terminarán malinterpretando también a los escritos apocalípticos.
La primera persona descrita como «profeta» en la Biblia es Abraham (Gn 20.7), y la figura «fundante» del profetismo es Moisés (Dt 18.15-22; cf. su hermana María, profetisa, Ex 15.20). Sin embargo, hasta donde sabemos del texto bíblico, ninguno de ellos predijo cosas futuras. Tampoco los profetas tempranos (orales), como Samuel, Elías y Eliseo, se dedicaban a anunciar sucesos futuros, pero no por eso eran menos proféticos (Stam 1998: 26-50). Los profetas que nos han dejado escritos anunciaban realidades venideras solo cuando tenían que ver con su mensaje al pueblo de Dios en su propio contexto, pero no se dedicaban principalmente a eso, ni eran profetas por predecir ni dejaban de ser profetas cuando no predecían. Amós, por ejemplo, no predijo cosas futuras, excepto tan cercanas que se podrían inferir de las realidades históricas y de las condiciones del pacto, pero su ministerio es un ejemplo del mejor profetismo, porque pronunció una palabra viva y exigente de Yavé para su pueblo.
Un mensaje es profético, en sentido bíblico, por su carácter teológico y ético, no por predecir el futuro. Cuando en medio de su revelación a su pueblo Dios ha querido revelar también acontecimientos venideros, eso debe llamarse específicamente «profecía predictiva». Pero no toda profecía es predictiva, ni mucho menos; ni tampoco toda predicción (aun cuando se cumpliera) es por ende «profecía». Predictiva o no predictiva, la profecía tiene que llamar al pueblo de Dios a que cumpla la voluntad de su Señor en medio de la realidad histórica.
Un segundo término clave es escatología, «la doctrina de las cosas últimas» (griego ésjaton). La frase «cosas últimas» no tiene que referirse exclusivamente a los acontecimientos finales en sentido cronológico, sino también a las «últimas realidades» que entran en la historia desde arriba, como por ejemplo, la encarnación del Verbo (la realidad última haciéndose temporal y material) y otras intervenciones divinas en la historia de la salvación. Pero mayormente se entiende por «escatología» las enseñanzas bíblicas sobre la meta final del proceso histórico («el siglo venidero», «el día del Señor»; la parusía del Hijo del Hombre). Como explicaremos abajo, hay diferencias importantes entre escatología profética y escatología apocalíptica.
Por otra parte, el término apocalipsis se refiere específicamente al género literario así designado, o sea, el conjunto de escritos que comparten ciertas características en común. En primer lugar (y en contraste con los escritos proféticos), la literatura apocalíptica en su nivel más básico pertenece a la categoría de la narración, igual que la historia, la novela, el cuento, la fábula y la saga.[1]Dentro de ese macro-género, la literatura apocalíptica reviste características especiales. De acuerdo con el significado de la palabra, «apocalipsis» (griego, «revelación») se refiere al género literario que pretende ser una revelación dada por un ser sobrenatural a un ser humano, a menudo por medio de visiones y sueños. Suele moverse sobre dos tipos de ejes: el vertical (cielo/tierra) y el horizontal (este siglo/siglo venidero, historia/ésjaton). Utiliza extensamente el simbolismo y alude mucho a ángeles y a demonios. Los escritos más antiguos de este género, algunos pasajes de I Enoc, datan a lo menos del siglo II a.C., mientras que la producción comenzó a disminuirse a mediados del segundo siglo d.C. En algunos casos, los expertos discrepan sobre si determinado escrito pertenece estrictamente al género apocalíptico, pero la colección es vasta, quizá dos o tres veces la extensión de la Biblia entera. La colección más completa, la de James H Charlesworth, en inglés, alcanza unas dos mil páginas. Por lo tanto es una fuente rica y valiosa para entender este movimiento histórico, como también el mismo Apocalipsis de Juan.
La literatura apocalíptica se escribió característicamente en tiempos de crisis, comenzando con la tiranía de Antíoco Epífanes (175-164 a.C.), pasando por la primera revuelta judía (66-70 d.C.) y culminando con la segunda revuelta bajo Bar Kocheba (132-135 d.C.). En su mensaje los apocalípticos seguían a los profetas israelitas, pero con grandes diferencias. Ambos pretendían decir una palabra de Dios para los tiempos que vivían, y ambos creían en el triunfo de la justicia. Pero los profetas todavía esperaban cambios dentro de la historia y llamaban al pueblo al arrepentimiento para hacerlos posibles. En cambio, los apocalípticos desesperaban de las posibilidades históricas y buscaban más bien alguna futura intervención divina para resolver las situaciones humanamente imposibles.
Recientemente, especialistas como John C. Collins y Paul D. Hanson han aclarado el tema por introducir varias distinciones importantes. En primer lugar, por apocalipsis se debe entender el género literario de los escritos cuyas características hemos descrito en el párrafo tras anterior. En segundo lugar, esos autores llaman «escatología apocalíptica» a la perspectiva teológica o conjunto de ideas que caracterizan los escritos apocalípticos, pero sin necesariamente expresarse en el estilo que caracteriza los escritos apocalípticos como género literario. En tercer lugar, definen a «apocalipticismo» como un movimiento o una ideología en un sentido más amplio. Es un universo simbólico generado en oposición a la cultura dominante, que establece la identidad, la razón de ser y la esperanza de la comunidad (Hanson 1962:27). La comunidad de Qumrán es un ejemplo del apocalipticismo, aunque sus escritos no solían ser típicamente apocalípticos en cuanto a su género literario.
En su famoso artículo para el Suplemento del Intepreter’s Bible Dictionary, Hanson sugiere otra categoría más: el «pseudo apocalipticismo» (1962:33). Esto consiste en la pasión puramente especulativa por lo apocalíptico como sistema de ideas, sin la menor relación a la situación de crisis que originó al apocalipticismo, ni tampoco una conciencia clara y profética de las crisis coyunturales de su propio momento histórico. No toma en cuenta las luchas históricas de los antiguos autores apocalípticos, sino que interpreta los escritos (especialmente Daniel y Apocalipsis) desde la comodidad de su propia prosperidad y seguridad existencial.[2]Un síntoma del pseudo apocalipticismo es que busca fomentar miedo en vez de inspirar esperanza. Cualquier interpretación que hoy inculca apatía evasiva, irresponsabilidad histórica o indiferencia ante la injusticia, o que legitima la opresión, tiene todas las marcas del pseudo apocalipticismo.
El género apocalíptico no fue algo rígidamente formal; los autores no se daban cuenta necesariamente de estar empleando determinado tipo de escrito. Muchas veces un escrito apocalíptico viene acompañado por otros géneros. El Apocalipsis de Juan, por ejemplo, tiene la estructura clásica de una epístola; comienza con un saludo (1.4, 9-11) y termina con una despedida (22.7-21). Incluye también oráculos, «ayes» y«bienaventuranzas», parábolas (probablemente 11.3-13) y otros. Algunos subgéneros en la literatura apocalíptica son el testamento (discurso de despedida), el mito, los oráculos, los dichos sapienciales, etc.
Características de la literatura apocalíptica
El género apocalíptico tiene una serie de características que la distinguen frente a los demás tipos de literatura bíblica y lo hace bastante fácil de reconocer. Parece que durante la época de su apogeo, más o menos entre 200 a.C. y el 150 d.C., este estilo literario resultaba ser la manera más acertada y eficaz para expresar la esperanza y mantenerla viva en el pueblo. Del oráculo poético de los profetas, que dependía de la comunicación oral, los apocalípticos pasaron a redactar libros, mayormente en prosa, con más conciencia de su estructura y estética.
Una primera característica de estos escritos es la pseudonimia. Los escritos apocalípticos, con excepción del Apocalipsis de Juan y del Pastor de Hermas, siempre atribuían sus mensajes a grandes santos y héroes del pasado, sobre todo Enoc, pero también Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, Moisés, Elías, Baruc y Esdras. Esto era una costumbre de la época, común en el antiguo Cercano Oriente, y en ninguna forma representaba algún problema ético. Los judíos creían que desde la muerte de Judas Macabeo (161 a.C.), los cielos se habían cerrado y dejaban de aparecer profetas (1Mac 9.27; 2Bar 85.3). Como no se esperaban nuevas profecías en la época, los autores apocalípticos ubicaban sus revelaciones en tiempos antiguos, y así les daban también cierta aureola de antigüedad y autoridad a sus escritos. Además, les permitía contar mucha historia ya pasada para ellos, como si fuera profecía futura para el personaje a quien atribuían su escrito.
Lo que más nos llama la atención en estos escritos es su uso abundante e imaginativo de simbolismo, que debe ser interpretado con sentido figurado. Su lenguaje es casi siempre evocativo, sugerente, connotativo. Es claro que su intención era de hablar simbólicamente, no literalmente. Juan de Patmos, por ejemplo, no tiene el menor reparo en asignar dos sentidos totalmente distintos al mismo símbolo; así las siete cabezas de la bestia son siete montes (Ap 17.9) pero también, siete reyes (17.10). Juan no se preocupa cuando produce simbolismos literalmente imposibles, como la lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre (8.7), la mano con siete estrellas que en seguida se pone sobre la cabeza de Juan (1.16-17), una estrella que contamina la tercera parte de los ríos y fuentes del mundo (8.10), o un altar que habla (9.13; 16.7 NVI, BJ).
Entre los simbolismos más típicos de la literatura apocalíptica están los colores. Generalmente el blanco significa victoria y a veces lo celestial; el rojo o escarlata lo malo, la sangre, la guerra; el negro lo oscuro, la noche; el verde, la muerte, etc. Es importante no interpretar estos colores por los valores simbólicos que tienen hoy día para nosotros. Por ejemplo, lo malo en el Apocalipsis no es negro sino escarlata (sin nada que ver con el color de la piel); el verde no significa esperanza (como suele entenderse hoy), sino muerte (Ap 6.8).
También los números son simbólicos: tres para Dios; cuatro para la naturaleza; seis para lo incompleto y a veces lo malo; siete para lo completo y perfecto, casi siempre bueno (excepto en su parodia por el dragón y la bestia);[3]diez también es completo; doce señala al pueblo de Dios (12 patriarcas, 12 apóstoles). Las fracciones tienen un significado especial, como por ejemplo los tres años y medio: ¡no pasa de media semana! Una multiplicación añade al significado del dígito: 144 000 es el cuadrado de 12 por el cubo de 10. Cuando las cifras son simbólicas, no deben traducirse al sistema métrico ni a otras medidas, con lo que perderían su significado simbólico. Los únicos números en el Apocalipsis que no llevan valor simbólico son los precios de trigo y cebada en 6.6, donde tienen sentido económico de precios de la canasta básica.
Es especialmente común e importante el simbolismo de los animales, que suelen representar naciones o reyes poderosos. Generalmente, los autores apocalípticos describen a los seres humanos como animales, a los ángeles como seres humanos (1En 87.2), y a los demonios como estrellas caídas (1En 86.13). Su punto de partida está en Daniel, donde cuatro bestias surgidas del mar representan a cuatro imperios hostiles. Estos animales luchan, oprimen, y desaparecen del escenario. Son representaciones que dan una gran fuerza dramática, algo parecido a las caricaturas políticas de hoy (Rusia como oso, el dragón chino, el águila de los Estados Unidos). Con mucho humor, algunos escritos apocalípticos afirman que la carne de la gran bestia será el menú del banquete mesiánico (2 Esd 6.52; 2Bar 29.4).
La literatura apocalíptica a menudo se dedica también a los fenómenos cósmicos. Muchos de estos escritos muestran gran interés en la astronomía; El libro del curso de las luminarias del cielo, ahora incorporado a 1 Enoc (72—82), es el ejemplo más antiguo. Es muy común que los juicios divinos se describan como catástrofes naturales y cósmicas, de modo que cuando Juan incorporó este simbolismo en su libro (especialmente el sexto sello, 6.12-17, y las seis primeras trompetas, 8.6—9.20), eso era un simbolismo ya conocido por sus lectores. En ves de una revelación totalmente nueva, era una relectura de anteriores tradiciones apocalípticas.[4] De hecho, ya desde las escrituras hebreas este simbolismo estaba muy presente en la escatología profética.
Generalmente se atribuye a la literatura apocalíptica un dualismo, aunque es importante aclarar que es un dualismo ético (lucha entre el bien y el mal) y no metafísico (creencia en dos realidades últimas).[5]Como ellos buscaban hallar esperanza en lo trascendental (arriba, el cielo) o en lo escatológico (adelante, después de la intervención divina final), estaban convencidos de que la realidad definitiva estaba en el cielo y no en la tierra (cf. Ap 4—5). Al vidente se le permite saber lo que pasa en el cielo, y lo celestial determina lo terrestre e histórico. Lo que pasa arriba pronto pasará aquí abajo. Esto explica el gran énfasis en los viajes celestiales y en el papel de los ángeles. En la lucha entre los poderes celestiales del bien y del mal, no existe campo neutral; o estamos con Dios o estamos con el diablo. Negar al Señor significa pasar a las filas del mal. Nuestras opciones en esta lucha cósmica se medirán finalmente en juicios divinos.
Es importante destacar que la mayoría de las veces los autores apocalípticos estaban intentando una escatología contextualizada, según entendían ellos la coyuntura histórica de su momento. La diferencia entre el género profético y el apocalíptico se debía precisamente a las nuevas circunstancias nacionales (helenización después de Alejandro Magno; los macabeos, la ocupación romana). Ya que escribían bajo el nombre de algún personaje antiguo, a veces comentaban sucesos contemporáneos como si fuesen sucesos bíblicos. Por ejemplo, el Testamento de Judá 3—7 describe las guerras macabeas como una batalla de Judá y Dan (bajo el seudónimo de «amoritas») que luchan contra los «cananeos» (Charlesworth 1996:895). Diversos escritos interpretan la destrucción de Jerusalén por Tito como si fuera la de Nabucodonosor (4Esd, 2Bar).
A menudo, aunque no siempre, los autores apocalípticos aplicaban su mensaje también en exigencias éticas, a veces también de compromiso histórico. Insistían en la piedad, la santidad y la justicia, especialmente ante las perspectivas del juicio divino. En 1 Enoc 101—104 y 2 Enoc 39—66, por ejemplo, Enoc vuelve del cielo para instruir y exhortar a sus hijos a practicar lo recto y lo justo. En el Testamento de los doce patriarcas, cada uno de los hijos de Jacob insta a sus propios hijos a cumplir la ley de Dios y arrepentirse de sus malos caminos (cf. 4Esd 7.48-49).
George Ladd (1960: 52-54) y otros analizan dos tendencias en la literatura apocalíptica: (1) la apocalíptica no-profética, que pretende escapar de la historia para refugiarse en el mundo venidero y (2) la apocalíptica profética, que insta a la fidelidad histórica a la luz del futuro escatológico, y cuyo representante más brillante es el último libro de nuestro Nuevo Testamento. Por eso, es un grave error usar el término «apocalíptico» como sinónimo de catastrófico y trágico (un terremoto u otro desastre). Lejos de cualquier entrega a la desesperación, el Apocalipsis de Juan es un llamado a la tenacidad (hupomone, 1:9) y la fidelidad hasta las últimas consecuencias, seguros de que Jesucristo es el Señor.
*****Busque la segunda parte de este artículo aquí: «Literatura apocalíptica — Parte 2»
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Notas y referencias
[1]Hay un consenso muy general sobre la definición que propuso la comisión de la Sociedad de Literatura Bíblica, presidida por J. J. Collins: «El Apocalipsis es un género de literatura revelatoria con un marco de referencia narrativo, en el que la revelación es mediada por un ser ultramundano a un receptor humano, manifestándole una realidad trascendental que es tanto temporal, en cuanto contempla la salvación escatológica, y a la vez espacial, en cuanto involucra otro mundo que es sobrenatural… Su intención es la de interpretar las circunstancias presentes terrestres a la luz del mundo sobrenatural y del futuro, y de influir en la comprensión y en la conducta de los receptores a base de autoridad divina» (Semeia14, 1979: 22).
[2]Hanson aplica este análisis específicamente al dispensacionalismo.
[3]Un uso parecido del «siete» ocurre en Mt 18.22, donde «setenta veces siete» no significa «490» sino «sin límite».
[4]Pueden consultarse «Pautas para interpretar los simbolismos cosmológicos» (Ap 6.12-17) y «¿Cómo podemos entender pasajes tan chocantes?» (Ap 8.5ss) en Stam 2003.
[5]Rowland (1982:144) afirma que el supuesto dualismo de los apocalípticos es más aparente que real.
Excelente aporte, reflexivo en la profundidad de las fuentes y sobre todo la claridad con que lo exponen. Me gustaría usar algunos extractos en el curso libros apocalipticos que enseño en la iglesia en caso tengan a bien autorizarme. Gracias, Dios los bendiga y prospero vuestro ministerio.