Claves para entender mejor la literatura apocalíptica
Introducción
Cada género literario tiene que ser leído e interpretado de acuerdo con sus propias reglas. No comprender este principio y desconocer la literatura apocalíptica judía y su manera de pensar ha sido la mayor causa de dificultades y confusiones en la interpretación del Apocalipsis de Juan.
Aquí queremos mencionar, muy brevemente, algunas de las pautas y reglas de interpretación que nos enseña la literatura apocalíptica, para lograr interpretar mejor el último libro de nuestra Biblia.
1. Es importante tomar en cuenta que los escritos apocalípticos son literatura de la imaginación. No apelan en primer término al raciocinio lógico sino al don de la fantasía. Por eso tenemos que acercarnos a ellos dispuestos a imaginar junto con sus autores todo un mundo simbólico, que las más de las veces se apartará del mundo «real» que conocemos cotidianamente, para introducirnos a realidades más profundas que el frío análisis intelectual es incapaz de percibir.
Para la mayoría de los adultos hoy, y de los cristianos en particular, los vastos continentes del mundo de la imaginación suelen ser terra incognita. Por eso nos sentimos mucho más cómodos con Romanos o Marcos, con Salmos o aun con Amós, que con el Apocalipsis.
2. La literatura apocalíptica, y específicamente el Apocalipsis de Juan, apela directamente a los sentidos de percepción física. Nos llama a escuchar trompetas, truenos, arpas y coros; a ver cuadros pintados por palabras (es toda una galería de pinturas); a olfatear incienso y azufre, y a saborear un rollo agridulce. Para leer Romanos o Marcos, no necesitamos activar nuestros sentidos del oído, la vista, el olfato, el gusto o el tacto, pero si leemos el Apocalipsis sin esos sentidos, se nos va a escapar la mayor parte de su mensaje. Por eso, más que solo explicar este libro, se trata de vivirlo, de experimentar personalmente sus emociones y su drama. Eso debe ser la manera primordial de interpretarlo.
3. Puesto que la literatura apocalíptica suele ser contextual, y a menudo literatura de protesta, es indispensable interpretarla en constante relación directa con su contexto histórico original, y desde ahí, con nuestro actual contexto histórico. Todos conocemos el refrán que dice: «el texto sin el contexto es un pretexto», y en general se suele aplicar más o menos bien con otros libros como Romanos o Marcos. Pero precisamente donde el contexto es crucial, como en el Apocalipsis, se olvida el contexto histórico y se trata de interpretarlo como un libro de vaticinios en el aire, descontextualizado tanto ayer como hoy, con su única referencia a un futuro remoto y desconocido. El resultado, como señala Hanson, es el pseudo apocalipticismo.
4. En la literatura apocalíptica, las más de las veces el mensaje central se transmite a través de visiones o sueños. Nos toca activar la imaginación y lograr ver esa visión, asimilando sus diversos detalles en un solo cuadro coherente e integral. Entonces debemos buscar el mensaje en el cuadro total. Las palabras del Apocalipsis van pintando cuadros, y los cuadros hablan, como si fueran pinturas en una galería. Si tratamos de convertir cada detalle en alguna realidad literal, antes de ver y sentir el cuadro total, habremos desmembrado el cuadro y emasculado su fuerza visual y dramática. En las imágenes simbólicas del Apocalipsis, es perfectamente posible que un solo detalle tenga dos significados distintos (las siete cabezas son siete montes, y son siete reyes, 17.9-10) e igualmente posible que algún detalle no tenga ningún referente externo, sino que sea simplemente un detalle pictórico del cuadro.
5. Por su propio género literario y por los muchos siglos que han pasado, los libros apocalípticos (incluso el de Juan) contienen detalles que ahora no podemos decodificar, porque hemos perdido las claves de interpretación. Esto no debe sorprendernos, ya que se trata de escritos con códigos mucho más sutiles (algo así como nuestras caricaturas políticas o como los chistes) que en aquel entonces los lectores entendían, pero que hoy no son siempre explicables. Sin embargo, lo impresionante del Apocalipsis de Juan es que a pesar de esos detalles (las espinas del pescado), no hay ni un solo pasaje cuyo sentido no esté al alcance del lector moderno. Tales detalles nos asustan y nos distraen, pero casi siempre podemos entender el párrafo sin ellos. Por eso tenemos que buscar el mensaje central de cada pasaje, tratando de captar lo que el autor decía a sus comunidades a finales del primer siglo. Debemos recordar que Juan era un pastor y se preocupaba por comunicarse con las necesidades de su pueblo. No les iba a hablar enigmas oscuros que solo los confundirían.
Una vez que hayamos enfocado el mensaje central del pasaje (no solo el sentido de un detalle o de un versículo en particular), debemos preguntarnos sobre el sentido de ese mensaje para nosotros hoy. En eso también debemos proceder, no tanto de los detalles por separado, sino del mensaje en su conjunto, a ver qué nos dice hoy. La actualización contextualizada consistirá en buscar el mensaje del mensaje, lo que aquel mensaje antiguo nos puede decir hoy. Por ejemplo, para interpretar Apocalipsis 13, no nos dejaremos perder en especulaciones sobre «666», sino que buscaremos entender primero el mensaje de Juan, lo que está diciendo a las iglesias sobre el poder político (la primera bestia), el poder religioso (el falso profeta) y el poder económico (bloqueo económico, 13.17), y después analizaremos nuestro propio contexto, el de hoy, para ver dónde aparecen parecidas estructuras de poder. Al analizar los «siete montes» de 17.9, veremos que es una clara referencia a la ciudad de Roma, por su apodo más conocido, y entenderemos ese detalle en el contexto del mensaje global de Juan sobre el poder imperial. Entonces para actualizarlo, no preguntaremos primordialmente cuáles ciudades hoy están sobre siete montes (actualización de un detalle), sino preguntaremos cuáles gobiernos y sistemas reproducen hoy los modelos de la antigua Babilonia (Roma), lo que nos dará «el mensaje del mensaje».
6. Es importante recordar que las visiones no son necesariamente literales. Su forma narrativa y sus detalles dramáticos fácilmente dan la impresión de que las cosas van a pasar exactamente como se describen. Pero ya hemos visto que la literatura apocalíptica utiliza esencialmente el lenguaje simbólico. Mientras otros géneros priorizan el lenguaje literal, en este género la primera sospecha es que sea simbólico, a menos que otras razones indiquen lo contrario. En el Apocalipsis de Juan, muchos pasajes deben entenderse simbólicamente, aunque no traigan lenguaje comparativo («como», «parecía», etc.). En 19.11-15, Juan dice que apareció un caballo en el cielo y Cristo vino montado a caballo, y no utiliza ningún término de comparación, pero es evidentemente simbólico (la segunda venida no será a caballo).
Dos obstáculos dificultan hoy nuestra buena comprensión del lenguaje simbólico del Apocalipsis. Primero, nuestra mentalidad moderna y occidental tiende a ser muy literalista. Segundo, por el gran respeto que tenemos hacia la Biblia y por creer en su inspiración divina, asumimos equivocadamente que somos más piadosos o expresamos mayor fe, cuando tomamos las cosas al pie de la letra. ¡Pero debe ser al contrario! Respetamos más el texto cuando lo entendemos como es, y como simbólico las muchas veces que su sentido original es simbólico. (Jesucristo es el Cordero de Dios, pero no tiene cuatro patas, cuernos y lana). Eso no es negar el sentido del texto sino serle fiel. Pasajes como 17.9-10 y 19.11-15 muestran que Juan mismo estaba plenamente consciente de estar hablando con lenguaje simbólico.
Por supuesto, hay muchas enseñanzas en el Apocalipsis que no son simbólicas y no deben alegorizarse. Se trata de determinar fielmente el sentido y el mensaje de cada pasaje. Pero debemos liberarnos del prejuicio equivocado, y de hecho antibíblico, de que la interpretación literal merece alguna preferencia a priori o que revela más piedad o más fe. De hecho, grupos como los mormones y los testigos de Jehová son mucho más literalistas que el fundamentalista más recalcitrante. La meta en la interpretación bíblica, y del Apocalipsis, es ser fiel al mensaje revelado, sea de sentido literal o sea de sentido simbólico.
7. Puede sorprender a algunos darse cuenta también que las visiones no son necesariamente predictivas. En los relatos de visiones, los verbos suelen aparecer en tiempo pasado, no futuro, porque se refieren al momento en que el autor apocalíptico había recibido la visión. Generalmente, hay poco o nada en el relato para indicar que esté anunciando algo que vaya a pasar en el futuro. Muchas visiones en el Apocalipsis simplemente describen verdades espirituales sin pretender predecir sucesos futuros. La visión del Hijo del Hombre (Ap 1), del trono y el Cordero (Ap 4—5) y de la media hora de silencio (8.1-4) no deben entenderse como predicciones de futuros acontecimientos. Si el lector opta por interpretar las visiones de las trompetas y las copas como vaticinios de específicos sucesos futuros, eso es decisión de ese intérprete a menos que demuestre con el texto mismo que la visión tuviera una intención predictiva.

Un ejemplo dramático de este hecho es la interpretación del «666» de Apocalipsis 13.16-18. Casi todo el mundo cree que esto anuncia una futura acción de la bestia (que ellos identifican con el Anticristo) al final de la historia. Sin embargo, Juan claramente identifica a la bestia con el imperio romano de su propia época (17.9-11), y en 13.16 los verbos están en pasado («pusiste una marca») sin nada que indique que se refiere necesariamente a una acción futura. Es más coherente, en este caso, entenderlo como una descripción en visión del poder económico del falso profeta (probablemente el Sumo Sacerdote del emperador en su templo en Éfeso) o simplemente una descripción general de la estrangulación económica de sistemas imperialistas. Eso estaría más de acuerdo con el género literario apocalíptico y con los datos del pasaje, y sería un mensaje pastoral y práctico para sus comunidades.
Aporte de la literatura apocalíptica: tres ejemplos
Hay evidencias convincentes de que los autores bíblicos conocían la literatura apocalíptica. Muchos de los términos e ideas del Nuevo Testamento se aclaran por ver su trasfondo en el mundo de los autores intertestamentarios: hijo de hombre, Mesías, reino de Dios, el hombre de maldad, el Anticristo, la resurrección, el juicio final, nueva creación y nueva Jerusalén. Judas alude expresamente a 1 Enoc en el versículo 6 de su corto libro (cf. 1 En 6.1-12; 10.4-6,12). Lo mismo hace en el versículo 14 (1 En 1.9), y en el versículo 9 aparentemente alude a un texto perdido de Asunción de Moisés. En 2 Pedro aparecen muchos de los mismos temas y argumentos de Judas, pero sin referencias directas a la literatura extracanónica.
Para ser más específicos, veamos tres casos del Apocalipsis en que la literatura apocalíptica aclara el sentido del pasaje:
Apocalipsis 2.17
En este texto se promete «el maná escondido», frase que no se puede aclarar adecuadamente a partir del Antiguo Testamento. Sin embargo, una tradición judía afirmaba que cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, Jeremías (2 Mac 2.4-6) o un ángel (2 Bar 6.5-10) escondió el maná del arca en una cueva, donde Dios lo estaba conservando hasta los días del Mesías. El Oráculo Sibilino (7.149) promete que al venir el Mesías los fieles «comerán con blancos dientes el maná cubierto de rocío» (cf. OrSib 3.622-3, 5.283-285 y 8.203-205). Un escrito contemporáneo del Apocalipsis lo describe con más detalle:
«La tierra dará su fruto diez mil veces más, sobre cada vid habrá mil ramas y cada rama producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un coro de vino [220 litros]. Y los que habían pasado hambre se gozarán, y verán maravillas todos los días. Vientos saldrán de delante de mí a llevar cada mañana fragancia de frutas aromáticas, y a final del día nubes destilarán el rocío de salud. Y pasará que en ese mismo tiempo los tesoros del maná volverán a descender de lo alto, y comerán de él en esos años, porque son los que han llegado a la consumación del tiempo» (2 Bar 29.3-8).
Es posible que Juan aluda a esta veta de la tradición apocalíptica con su frase «el maná escondido».
Apocalipsis 13.18
Quizá el más grande rompecabezas del Apocalipsis es el misterioso 666 de 13.18. Nada en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender este número simbólico, pero podemos encontrar una clave valiosa en la literatura apocalíptica. Estos autores antiguos utilizaban mucho un método hermenéutico llamado gematría (o «guematría»), que se basaba en la suma de los valores numéricos de las letras de determinado nombre. Los hebreos y los griegos no tenían números (dígitos), como los que heredamos de los árabes, sino que utilizaban las letras del alfabeto como números. Y entonces les interesaba sacar la suma matemática de las letras de un nombre, casi a modo de un apodo. Para dar un ejemplo muy sencillo, el nombre «Aba» sumaría cuatro (1+2+1) o como «Abba» sería seis (1+2+2+1). En una pared entre las ruinas de Pompeya, ha aparecido un romántico mensaje que dice, «amo a aquella cuyo número es 545» (Coenen 1983 tomo 3:183).
Es muy interesante encontrar en un escrito contemporáneo con Juan de Patmos (Oráculos Sibilinos 5) un resumen de «la desdichada historia de la raza latina» desde los tiempos de Alejandro Magno hasta el emperador Adriano. En ese resumen no se nombra a ninguno de los emperadores, sino que se los identifica por el valor numérico de la letra inicial de su nombre:
- 5.12: el primero de los caudillos, la suma de cuya letra inicial será de dos veces diez (César),
- 5.14: y tendrá su primera letra correspondiente a la decena (Julio);
- 5.15: tras de él ha de gobernar aquel a quien correspondiere la primera de las letras (Augusto);
- 5.21: [el siguiente] tendrá la inicial del número trescientos (Tiberio)…
- 5.28: El que tiene por inicial el número cincuenta [Nerón] será soberano, terrible serpiente…
- 5.40: un hombre de cabello ceniza con la inicial del cuatro [Domiciano]… hasta Adriano.
Un pasaje de Oráculos Sibilinos 1, de claro origen cristiano, utiliza la gematría para designar a Cristo con el número de 888:
«Entonces el hijo del Dios poderoso llegará hasta los hombres, hecho carne… Tiene cuatro vocales y en él se repite la consonante. Yo te detallaré la cifra total: ocho unidades, otras tantas decenas sobre aquellas, y ocho centenas que a los hombres incrédulos revelarán su nombre…» (1.323-330).
Los detalles y la suma corresponden al nombre Iêsous (10+8+200+70+400+200). Esto parece ser el paralelo más cercano al texto de Apocalipsis 13.18, tanto por el tipo de gematría como también por el contraste entre Cristo y la bestia. Cristo es más que perfecto (777 más 111); la bestia pretende ser perfecta, pero queda corto en un triste 666.
Aunque este trasfondo no llega a precisar la identidad de aquel cuyas letras suman 666 (o la variante textual, 616), da fuertes razones para suponer que 13.18 es un caso de gematría. Con las debidas reservas, la mayoría de los intérpretes ven una referencia a «César Nerón» en letras hebreas (QSR NRWN: 100+60+200 +50+200+6+50; cf. Coenen 1983 tomo 3:184).
Apocalipsis 20.1-6
Otro pasaje sumamente debatido ha sido el del reino milenial (Ap 20.1-6). El pasaje es muy oscuro y controversial, y el resto de las evidencias bíblicas tampoco nos da mucha ayuda. Pero encontramos numerosos pasajes parecidos en la literatura apocalíptica y rabínica que distinguen entre un reinado mesiánico, de duración limitada, y el reino final de Dios (cf. Díez Macho 1984 tomo 1:376-388). Ese reino mesiánico se entiende como intrahistórico (dentro del tiempo de la historia humana) y sobre esta tierra. Esta veta de tradición ofrece tres paralelos con Apocalipsis 20: (1) Satanás es atado por un tiempo determinado; (2) hay un reino penúltimo e interino de paz y justicia (usualmente, mesiánico), también por un tiempo limitado y (3) al final Satanás (o Beliar, etc.) será soltado para un último asalto, en el que será derrotado y destruido. Todos esos elementos abundan en la literatura judía.
Pasajes apocalípticos muy antiguos describen un reino de perfecta paz y justicia en esta tierra, dentro del tiempo y la historia, previo al reino eterno de Dios (Jub 23.16-30; 1 En 91.1-14; 93.12-17; 96.8; PssSal 17.26-46; 18.1-12). En 2 Enoc, contemporáneo con Juan de Patmos (c. 70 d.C.), el autor proyecta los siete días de la creación en siete épocas de la historia de mil años cada una. En el séptimo período de mil años, Dios bendice toda su creación (32.2), y el octavo (la eternidad) será de descanso y un volver a la creación («para que el octavo día fuera el primero… para que el día del domingo pueda repetirse indefinidamente», 33.1). Parece que el séptimo día significa un penúltimo sábado, que duraría mil años, antes de la eternidad (octavo día).
De aproximadamente la misma época, la tercera visión de 4 Esdras (c. 90 d.C.) plantea claramente un reino mesiánico, en la tierra, de duración limitada y previo a la eternidad. El texto precisa que durará específicamente 400 años: «Mi hijo el Mesías será revelado con los que lo acompañan, y los que quedan se regocijarán por 400 años» (7.28; cf. Gn 15.13). Al final de ese período el Mesías morirá, junto con todos los vivientes, y durante siete días el mundo vuelve a su silencio original. Después seguirán la resurrección y el juicio final, que durará siete años (7.43). El escrito no parece conocer otras funciones del Mesías. Las diferencias con el Apocalipsis son muy grandes e importantes, pero este texto apocalíptico es otro testimonio de la existencia de tradiciones de un reinado mesiánico penúltimo.
Díez Macho ha llamado a 2 Baruc (90-100 d.C.) «el libro que mejor refleja la doble concepción: reino mesiánico en este mundo y reino de Dios en el mundo futuro del más allá», separados para la resurrección general (1984 tomo 1:379). El autor describe el reino mesiánico preliminar como «el tiempo de mi Ungido» (72.2; 30.1; cf. 29:3), cuando «el gozo será revelado y el descanso aparecerá, y la salud descenderá como rocío, y la enfermedad desaparecerá, y el temor y la tribulación pasarán de entre los humanos, y la alegría envolverá a la tierra. Y nadie morirá prematuramente» (73.2). El bello pasaje citado arriba (2 Bar 29.4) describe también las bendiciones de este período.

Todos estos documentos contemplan un reino mesiánico, en esta tierra, con principio y fin, seguido después por el reino eterno de Dios. En 2 Enoc se le asigna mil años, igual que en el Apocalipsis; en 4 Esdras es de 400 años. En los escritos rabínicos, posteriores al Nuevo Testamento, pero sin duda con raíces en tradiciones de esa época, proliferan los comentarios sobre ese reino mesiánico, al que casi siempre se le asigna un período definido de duración. Con interpretaciones alegóricas de las escrituras hebreas, los rabinos ofrecen la más exuberante variedad de cálculos del tiempo de ese reinado: 40 años, 60 años, 70, 90, 100, 354 años, 365, 400, 600, 1000, 2000, 2460, 4000, 6000, 7000, y hasta 365 000 años (Strack Billerbeck 1926 tomo 3:824; Ford 1992:832).
Si solo una parte de esas interpretaciones circulaban en tiempos de Juan, nuestro profeta tenía mucha tradición en que basar su propia versión y muchos cálculos entre los que podía escoger. De esa increíble multiplicidad de cálculos, como de todas las evidencias al respecto, podemos concluir que estas expectativas de un reino mesiánico (un «milenio» de la duración que fuera) estaban muy extendidas, pero también que los cálculos de su duración (como los «mil años» de Apocalipsis 20) no se entendían literalmente.
Fuentes apocalípticas describen también la atadura de Satanás (Beliar, Semihazeh, etc.), por un período limitado, a veces como preparación para el reino mesiánico (cf. Ap 20.1-3). En 1 En 10.4-8 Azazel es encadenado de manos y pies, echado en un hoyo en el desierto, y Dios manda tapar el hoyo con piedras ásperas y agudas (10.5; cf. 13.1), hasta el día de juicio cuando será lanzado al fuego (10.6). Dios ordena a Miguel atar al ángel caído Semyaza bajo los collados por setenta generaciones, hasta su juicio final cuando será enviado al abismo de fuego (10.12; cf. 18.16). Los astros que cayeron están atados por diez millones de años (21.6; cf. 18.16; 90.23). También según el Testamento de Leví, el Mesías («un nuevo sacerdote», 18.4) atará a Beliar (18.12) y habrá paz y alegría en la tierra (18.4,13-14). No habrá más pecado (18.9) y el Mesías abrirá las puertas del paraíso a los fieles (18.10-11).
Es evidente que había mucha tradición judía detrás de Apocalipsis 20.1-10, que algo de esa tradición era conocido por Juan, y que él escribió aquí para ayudar a los cristianos de Asia Menor a entender dicha tradición. Pareciera que uno de los propósitos de Juan era el de dar para los fieles una relectura de las diferentes corrientes de pensamiento apocalíptico que circulaban. En este caso, bien hubiera podido no hacerles caso a las tradiciones de un reinado mesiánico preliminar, o hubiera podido rechazarlas y refutarlas. Parece que optó más bien por reinterpretarlas cristológicamente.
Conclusión
Los estudiosos de la Biblia hemos recibido tres bendiciones muy especiales en el último siglo y medio. Una, desde finales del siglo XIX, fue el descubrimiento de miles de papiros, mayormente en las cálidas arenas de Egipto. Estos papiros ayudaron inmensamente a la crítica textual del Nuevo Testamento a lograr un texto griego mucho más fiel. También aportaron mucha información importante para la interpretación bíblica. La segunda bendición, ya muy famosa, consistió en los valiosísimos documentos de la comunidad de Qumrán. Hoy día, sería una irresponsabilidad pecaminosa pretender interpretar la Biblia de espaldas a todos estos nuevos conocimientos que iluminan y aclaran el texto inspirado.
Pero para entender los textos apocalípticos de la Biblia, una tercera riqueza es igualmente significativa y útil. En ese mismo siglo y medio se han descubierto, reconstruido textualmente, publicado e interpretado los escritos apocalípticos, muchos de los cuales eran parte del mundo de Juan de Patmos y de su mentalidad. Nuestro libro de Apocalipsis pertenece a este género literario y sigue sus reglas de interpretación. Si queremos entender el último libro de nuestra Biblia, nos conviene tomar muy en cuenta esta vasta biblioteca con su mundo mágico de imágenes, y aprender a interpretar el libro de Apocalipsis conforme a su género literario. Eso es parte de nuestra fidelidad a la palabra inspirada de nuestro Dios.
Notas y referencias
1. Como escritor apocalíptico, Juan no pretendía necesariamente dar un significado explícito y específico a cada detalle de su cuadro. Es probable que algunos detalles del ángel poderoso (10.1-2) o de la mujer celestial (12.1-2) sean esencialmente decorativos, para completar el cuadro más que para simbolizar realidades objetivas.
2. Algunos ejemplos serían los siete espíritus de 1.4, los ángeles de las siete iglesias de 1.20 y en los mensajes de 2-3, y los 144 000 “que no se contaminaron con mujeres” (14.4).
3. Al decir que las visiones no son necesariamente predictivas, no estamos negando que en determinados casos (como la venida de Cristo en 19.11-16) pueden serlo, cuando razones de peso así lo indican.
4. Los escritos de Qumrán figuran en todo este trasfondo con especial importancia.
5. Según la interpretación de 5.51, la lista podría terminar más bien con Marco Aurelio.
6. También Oráculos Sibilinos 1.137-146 utiliza gematría para armar un curioso rompecabezas sobre el nombre de Dios: «Nueve letras tengo, tetrasílabo soy; reconóceme. Las tres primeras sílabas tienen tres letras cada una, y la otra las demás, y son consonantes las cinco. De la suma total resultan dos veces ochenta centenas, tres treintenas y tres veces siete». También, en algunos papiros la palabra «Amén» se expresa por el número 99 (1+40+8+50; Arndt-Gingrich 1957:45; Danker 2000:53).
7. Jubileos y 1 Enoc no relacionan este período con el Mesías, pero Salmos de Salomón lo atribuye directamente a un rey davídico al que describe como el Ungido del Señor. En el Apocalipsis de las diez semanas, el reino terrestre dura desde la séptima semana hasta el séptimo día de la última semana (91.14-16).
8. En la enumeración que sigue Díez Macho, este versículo es 11.79.
9. Variantes del texto dan 30 años (Siríaco) y mil años (árabe). Es probable que el pasaje incluya interpolaciones cristianas.
10. El adverbio «eternamente» (10.5) en la traducción de Díez Macho no aparece en otras traducciones; de todos modos, en hebreo y arameo tan solo significa «por mucho tiempo». Del texto es evidente que la atadura y prisión de Azazel es por duración limitada, hasta el juicio final.
11. Otro aspecto de su relectura de estas tradiciones fue incorporarlas en toda una larga historia del dragón, que comienza en capítulo 12, sigue por 13, 17, y 19, y culmina aquí en 20.1-10. El dragón formó su equipo en 13, perdió a sus aliados en 17.16 y 19.19-20, y cuando queda solo, Dios le asigna un largo período de prisión preventiva. Juan incorpora también su teología del martirio (20.4).