Literatura sapiencial – Parte 1

Literatura sapiencial – Parte 1

Introducción:

En nuestra Biblia, hay una serie de libros y de escritos (tanto en prosa como en poesía) que llevan el calificativo de sapiencial o didácticos. (Job, Proverbios, Eclesiastés, la historia de José en Génesis [Génesis 37—50] y varios Salmos [1; 37; 49; 73; 91; 112; 119; 127; 128; 133; 139]).[1] En estos libros y escritos el énfasis primario es en la sabiduría. Esta aparece como la llave para descubrir el sentido de la vida. En ellos se quiere responder a la pregunta: ¿Cómo descubrir y aprender el arte de vivir la vida?

Por Edesio Sánchez Cetina

La sabiduría, desde la óptica de los escritos sapienciales, es el arte de vivir en este mundo, y tiene su base y configuración en el «temor del Señor». Abarca todas las esferas de la vida y tiene que ver con todo aquello que ayude al individuo a ser industrioso, a desarrollar destrezas manuales y técnicas, a ser honesto, sobrio, casto y de buena reputación.

Esa singular óptica, hace que esos libros y escritos miren la vida desde una perspectiva diferente a la de los otros libros del Antiguo Testamento. En el Pentateuco, encontramos sobre todo órdenes, leyes, mandatos y exhortaciones. En los libros históricos, relatos de cómo vivió el pueblo de Israel frente a las demandas de Dios, y cómo Dios actuó con su pueblo. Los libros proféticos colocan el énfasis en la revelación divina, el mensaje proclamado, la llamada al arrepentimiento.

En los libros sapienciales, por lo general, no encontramos órdenes, ni relatos escritos, ni se ofrecen revelaciones, ni se proclama la palabra revelada. En ellos se dan consejos, se ofrecen reflexiones, se presentan advertencias. Al lector se le invita a hacer comparaciones, a decidir.  Más que a obedecer órdenes y mandamientos, se enseña la decisión responsable; más que la oración, la acción; más que aprender de ejemplos biográficos y relatos históricos, se llama a probar y comprobar. Es al individuo y a la comunidad a quienes se les pide que asuman la responsabilidad total de sus decisiones y acciones.

La sabiduría es una literatura tan peculiar, que en ella no encontramos los temas clave de la fe bíblica, presentes en otras partes de la Biblia. No se habla del éxodo, ni de la alianza, ni de la conquista, ni del cautiverio. No se encuentra en ella una doctrina del pecado o de la salvación.  La idolatría no parece ser amenaza. En vano se buscará el tema de la oración o del culto. La fe no es un tópico central. Como que al estudiar la sabiduría, más que llevarnos al umbral del templo de la vida religiosa y espiritual, ella nos saca por el traspatio, a lo más secular y profano de la vida.

Literatura sapiencial – Parte 1

Como todas las tradiciones literarias que componen el Antiguo Testamento, la literatura sapiencial también pasó por varias etapas de desarrollo. Los biblistas, por lo general, coinciden en señalar que la «cuna» de la sabiduría está en el ámbito del hogar. En el contexto de la familia es donde encontramos, en primera instancia, el desarrollo más antiguo de esta literatura. Los padres ayudaban a sus hijos a penetrar en las marañas de la vida a través del conocimiento práctico y de la observación de las leyes que gobiernan el mundo, y las actividades de la vida. Este tipo de sabiduría se reconoce por su énfasis en la exhortación y la presencia de máximas o refranes.

Una segunda «cuna» es el palacio, la corte real.

En el desarrollo de los pueblos y su formación como reinos, se vio la necesidad de establecer una educación especial para los príncipes y los cortesanos. El contenido de este tipo de sabiduría es bastante selecto (cf. Prov. 31.1‑9). Aquí se nota un énfasis didáctico y claramente formativo. El joven de la corte necesitaba formarse en un estilo de vida exclusivo. En la historia de Israel la literatura sapiencial está muy ligada al reinado de Salomón (1Re. 3.12; 5.12; 10.1‑4; sobre todo, 4.29‑34). No es extraño pues que en la Biblia encontremos muchos proverbios y enseñanzas aplicables a los príncipes, y que fueron coleccionados por los escribanos de las cortes reales (cf. Prov. 25.1).

La tercera etapa del desarrollo de la literatura sapiencial la encontramos en la obra de los Escribas, en el contexto de las sinagogas.

Este es un período bastante tardío en la historia de Israel (después del exilio en Babilonia, ca. 400 a.C.). En esta época la sabiduría había dejado su ámbito netamente secular y llegó a formar parte de la reflexión de los teólogos y maestros de la religión. Aquí, de nuevo, la sabiduría deja de ser exclusiva para un grupo selecto y se convierte en medio de educación para todos. Es fácil reconocer este tipo de sabiduría, pues la reflexión sobre la vida se da en clara relación con la acción de Dios en la vida todo ser humano.  Proverbios 1—9 pertenece a esta etapa.

Aunque esta literatura se desarrolló en ambientes de educación escolar (palacio, sinagoga), nunca perdió de vista su pertenencia básica al hogar. Los más insignes educadores de Israel reconocieron que el hogar es el mejor lugar para integrar en la enseñanza la mayoría de las áreas que componen la vida humana. Al individuo se le invita a mirar cada aspecto de la vida cotidiana, cada detalle. De ellos se le invita a deducir lecciones que se aplican a la vida personal y a la comunidad donde se vive. Se pide sobre todo sentido común. No es más que obra del sentido común el muy conocido refrán o dicho: «En boca cerrada no entran moscas».

La sabiduría, desde la perspectiva de la literatura sapiencial, no consiste en el saber teórico acumulado, a través de largas y pesadas horas de estudio y de lectura de libros. Sabiduría en el Antiguo Testamento es la habilidad del artesano (Ex. 31.3), la sensatez para saber qué está bien o qué esta mal (Prov. 14.16). Es prestar oídos a quien tiene experiencia, atender lo que dice (Prov. 1.5). Es, en pocas palabras, encontrarle los recovecos a la vida y conducirse de tal manera que ella nos traiga bien, satisfacción y realización. Es ser confiado, prudente, sagaz, sensato, cuerdo, entendido, parco al hablar y humilde.

Literatura sapiencial – Parte 1

Todo lo que hemos dicho sobre la sabiduría se puede aplicar a cualquier grupo humano, sin importar raza, color, nacionalidad o religión, ni momento histórico. En otras palabras, la tradición sapiencial es de carácter universal. Este rasgo característico se hace notorio al comparar las diversas tradiciones literarias del Antiguo Testamento (ley, profetas, alianzas). De todas ellas la sabiduría parece ser la más internacional. Ella presenta más paralelos y más variedad que cualquier otra tradición literaria. Se han encontrado un sinnúmero de literaturas paralelas a la sabiduría en Israel. Existe el llamado «Job Babilónico» y muchas otras obras sapienciales que se parecen a Job, tanto en la estructura como en el contenido (por ejemplo, «Las palabras del campesino elocuente» y el «Discurso sobre el suicidio»). Se han hallado parecidos a Eclesiastés («El Eclesiastés babilónico») y muchas obras muy parecidas a las varias colecciones que componen el libro de Proverbios (especialmente la «Sabiduría de Amenemope», proveniente de Egipto y «Las palabras de Ahiar», de Siria.).

Géneros sapienciales

Vocabulario

Proverbios 1.1‑7 provee, quizá, el marco semántico más importante para toda la literatura didáctica. Estos versículos explican, con una rica variedad de palabras casi sinónimas, el propósito de este tipo de literatura. En estos versículos y en las constantes referencias a la frase «hijo mío» en los capítulos 1—9 se nota claramente la intención pedagógica de este tipo de literatura. El versículo 7, el principio de la sabiduría es el temor de Jehová (RVR), coloca la terminología sapiencial en el marco de la fe de Israel y del propósito global de las Sagradas Escrituras: Dios como principio y fin de la vida.

  1. Palabras que expresan el acto de la enseñanza y el aprendizaje

Los ejemplos vienen del libro de Proverbios: «Castigo» (3.12), «corrección» (3.11), «enseñanza» (4.1), «aceptar o recibir consejo» (13.1), «disciplina» (15.32), «conocimiento» (2.5), «aprender» (21.11), «instrucción» (1.8), «ley» en el sentido de enseñanza (4.2).

  1. Palabras que expresan el objetivo de la educación y el aprendizaje

Lo que se enseña y, a la vez, se considera como meta de la enseñanza es: «sabiduría» (2.2), «conocimiento» (2.5-6), «sensatez», «prudencia» (2.2), «juicio», «rectitud» (12.5), «justicia» (2.9), «cordura» (4.1), «sagacidad» (1.4), «destreza», «habilidad manual» (31.19), «ingenio» (24.6), «experiencia», «inteligencia». En el hebreo esta serie de sentidos quedan cubiertos con las palabras hokmahy binah. En antítesis a lo anterior están los sentidos: «necedad», «estupidez», «insensatez», «ignorancia», «imprudencia», «desvergüenza», y muchos más.

  1. Palabras que expresan el medio literario y los métodos por los que se trasmite la enseñanza

«Declaración» (1.6), «proverbio» (1.6), «dicho» (16.24), «proverbios numéricos» (6.16-19; 30.15-31), «poemas acrósticos» (30.10-31). Se habla también del método de «observación» de los fenómenos naturales y los hechos de la vida cotidiana (6.6; 19.13b; 24.30-34; 26.20; 30.29, 31, 32-33. La «corrección y el castigo» son parte de los métodos de enseñanza (13.24; 19.18, 20; 29.17), lo mismo que la «exhortación y el consejo» (8.10; 19.20; 23.23).

  1. Palabras que definen al individuo como sujeto o receptor de la enseñanza

La expresión «hijo mío», al menos en Proverbios, es la forma más querida para referirse al educando. Y, tal como ha explicado Alfredo Tepox, esta expresión no solo se refiere literalmente al hijo o hija del sujeto de la enseñanza, sino que abarca a todo «estudiante», por lo general, al joven que recibe consejos y directrices de un «anciano». Por eso, en la Traducción en Lenguaje Actual, se ha decido «traducir» esa expresión con «querido jovencito» (cf. Pr 1.8).

  1. Palabras que se usan para referirse a los sujetos de enseñanza

«Sabio» (Pr 22.17-21), «maestro», «anciano», «padre», «madre». Estos últimos son, en efecto, los sujetos más importantes de la enseñanza (Pr 1.8; 22.6). La colección del rey Lemuel (Pr 31.1) habla de las enseñanzas dadas por su madre. «Dios» también aparece como sujeto de enseñanza (Pr 3.11).

Desde el punto de vista del receptor, también se usa la expresión «sabio», cuando quien recibe la enseñanza lo hace de manera humilde y obediente (Pr 1.5; 8.33; 13.1). La palabra «necio» se aplica para el caso opuesto (Pr 18.2-7). Al «sabio» que recibe con gusto y receptividad la enseñanza, y vive de acuerdo a ella, se le llama, también, «justo» o «recto» (Pr 2.20-21; 4.18; 9.9; 11.3, 6).

Además de esta serie de palabras y expresiones, se debe tomar nota de la palabra hebrea masalque puede traducirse como «comparación» o «ejemplo». Con estos sentidos tan amplios, la tradición judía se refiere a varios géneros y formas literarias: «proverbio», «refrán», «parábola», «canción», «sátira», «epigrama», «fábula» (DBHE: 465).

Proverbio o refrán

En español esta forma literaria se conoce también como máxima, dicho, aforismo o sentencia. Su característica esencial es fácilmente reconocible. Es una forma del habla humana que consta, por lo general, de dos líneas paralelas. Estas pueden presentar una simple aseveración, una declaración antitética (opuesta) o una máxima en forma de mandato. Los proverbios ofrecen ilustraciones, comparaciones y a veces enigmas. Presentan una idea o principio en forma bien comprimida, pero completa.

Los proverbios o refranes demuestran de sus «autores» una capacidad inherente para la observación y la experiencia. El ojo avizor y el oído agudo permiten descubrir las leyes y el orden de las cosas, de la naturaleza y de la vida. Por ello los proverbios presentan, en la primera línea, un hecho indiscutible de la naturaleza, o un evento ya probado, y en la segunda línea, la enseñanza o desafío para la vida humana: «Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda» (26.20, RVR); «el hierro afila al hierro, el hombre el perfil de su prójimo» (27.17).

Debido a que los proverbios o refranes son una entidad en sí mismos, y contienen una verdad particular encapsulada en ellos, no se da un movimiento o fuerza que los una con otras sentencias. No se pueden reducir a una teoría o fórmula. No se pueden estructurar en forma de una doctrina o sistematizar en forma de ideas filosóficas. Los proverbios señalan la apertura y la relatividad de la sabiduría. Cada proverbio ofrece un aspecto de la vida y de la sabiduría humana; no pretende agotar la verdad. Así, cuando un proverbio intenta corregir un aspecto de la vida, no le interesa demostrar la verdad o falsedad de otro proverbio (von Rad, 1972: 513). La razón es sencilla, ningún proverbio posee la verdad absoluta. El proverbio examina el mundo que lo rodea para discernir sus secretos. Al efectuar ese examen permite que cada elemento encontrado se mantenga en su propio carácter particular. Por ello, muchos proverbios parecen contradecir a otros: «En boca cerrada no entran moscas»; «el que boca tiene a Roma llega». Y hay que reconocer que esta aparente contradicción e incongruencia se convierte en la regla (por ello existen tantos y tan variados refranes y proverbios). El proverbio dice su verdad y respeta la verdad de los otros. Las contradicciones solo muestran que la vida humana es compleja y variada y que el consejo que hoy le sirvió a «Pedro», no le dice nada a «Juan» mañana. La sabiduría, como la vida, siempre queda abierta y nunca llega a un punto final. Ella misma está abierta a corrección.

Los proverbios afirman una cosa esencial de la tradición sapiencial: si la sabiduría es una tarea enteramente humana, ella es pues tan finita y abierta a nuevos hallazgos como lo es la vida humana.

Desde el punto de vista formal, los proverbios o máximas pueden presentarse en líneas paralelas sinónimas, sintéticas o antitéticas. La mayoría, sin duda, es la forma antitética; es decir, cuando la segunda línea dice lo contrario de lo que indica la primera.

Un ejemplo de proverbio sinónimo lo tenemos en Proverbios 4.24 (NBE):

  • Aparta de ti la lengua tramposa, Aleja de ti los labios falsos.

O este que sigue (19.5, NBE):

  • El testigo falso no quedará impune, El que suelta mentiras no se libra.

Como ejemplos de máximas con paralelismo sintético está los siguientes:

  • El chismoso no sabe guardar un secreto, así que no te juntes con gente chismosa(20.19, DHH).
  • Los chismes son como golosinas, pero calan hasta lo más profundo(18.8, DHH).

Los siguientes son ejemplos de paralelismo antitético:

  • El chismoso todo lo cuenta; el discreto guarda el secreto(11.13, DHH).
  • El Señor aborrece el labio embustero, El hombre sincero obtiene su favor(12.22, DHH).
  • Mejor es el pobre que camina en integridad, que el de perversos labios y fatuo(19.1, RVR).

Este tipo de literatura, aparece también en otras partes del canon bíblico. Fuera del libro de Proverbios, 1 Samuel 10.12 y 24.13 son ejemplos en la parte narrativa del Antiguo Testamento. En los Profetas encontramos Ezequiel 16.44. En el Nuevo Testamento se nos ofrece la famosa máxima recitada por Jesús: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra (Mc 6.4, RVR). A este se pueden agregar otros tales como: De la abundancia del corazón habla la boca(Lc 6.45, RVR); basta a cada día su propio mal (Mt 6.34b). En la obra de Bultmann, citada en la bibliografía de este ensayo, pueden encontrarse muchos ejemplos presentes en los Evangelios sinópticos (pp. 129-167).

Dentro del estudio de «proverbios», debemos considerar también las «paradojas» y los «enigmas», definidos en la literatura bíblica como masal. Estas formas literarias entran dentro de la definición de masalcomo «comparación» que está presente o sugerida. En Marcos 10.25 (TLA), Jesús presenta una «paradoja» a sus discípulos: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que una persona rica entre en el reino de Dios.Como ejemplo de «enigmas», Jueces 14.14 (TLA): Del devorador salió comida, y del fuerte salió dulzura.De allí surgió como respuesta una adivinanza, ¿Qué cosa más dulce que la miel? ¿Y qué cosa más fuerte que el león?(Jue 14.18, RVR), cuya respuesta esperada era: «el amor». Al «enigma» pertenece la sentencia dada por Jesús a los judíos: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré(Jn 2.19, RVR; véase también Pr 30.15). Tal como demuestran los enigmas de Sansón y de Jesús, este género literario se puede definir como «una pregunta que oculta su respuesta». Esto lo logra el autor del enigma a través de la ambivalencia del lenguaje y, gran cantidad de veces, haciendo uso de la pregunta: «¿Qué animal anda con una pata?». Los ejemplos bíblicos nos dicen, en lo referente al aspecto formal, que el enigma puede estar en forma de trozo poético (el de Sansón) o en prosa (el de Jesús).

Busque la segunda parte de este artículo aquí: «Literatura Sapiencial-Parte 2» 

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Notas y referencias

[1]Entre los libros deuterocanónicos —también conocidos como apócrifos—, se consideran a Eclesiástico y a Sabiduría como libros sapienciales.

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