«¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.» (Salmos 19.12)
Cuando le entregamos nuestro corazón a Jesús y creemos en él como Dios y Salvador, experimentamos el perdón de los pecados. En otras palabras: le damos a Jesús el control de nuestro espíritu, alma y cuerpo y permitimos que él guíe nuestra vida.
Desde entonces experimentamos una vida nueva, llena de regalos y bendiciones de Dios. ¡Nos convertimos en nuevas personas!
Uno de los secretos más importantes para crecer en la fe y triunfar en la vida es que cada día nos liberemos de los pecados realizados, sea que nos hayamos dado cuenta de haberlos cometido o no.
Durante nuestras tareas y actividades, a veces decimos cosas que sabemos que no están bien. O dejamos que un pensamiento feo dé vueltas en nuestra mente. Tal vez una mirada incorrecta, una buena acción que podríamos haber hecho pero no hicimos, cosas que acumulamos durante el día y necesitamos pedirle a Dios que nos perdone por ellas.
Prestemos atención a este consejo: cada mañana digámosle a Dios en oración que nos ayude a obedecerle y a no cometer pecados. Luego, al caer la noche y antes de dormir, hablemos con él y pidámosle que nos perdone, tanto de los pecados que recordamos como de los que no. ¡Vayamos a la cama con el corazón limpio!
Sumérgete: Cuando nos arrepentimos de lo malo y le pedimos a Dios que nos perdone, la sangre de Jesús quita el pecado y la culpa de nuestra vida. ¡Podemos tener libertad y limpieza para seguir adelante!