«Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Marcos 10.48)
Al leer los evangelios, los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, hallamos muchas historias de personas que deseaban acercarse a Jesús, pero que por diversas razones no lograban hacerlo.
El ciego Bartimeo, quien pedía limosnas al costado del camino, se había enterado de que Cristo pasaba por allí y quería desesperadamente hablar con él. Pero cuando comenzó a gritar su nombre, algunos le dijeron que se callara. Pero gritó más fuerte y logró que el Maestro se detuviera, lo llamara y lo sanara.
Los niños que jugaban deseaban escuchar las enseñanzas de Jesús, pero los discípulos los regañaban y no les permitían aproximarse hasta él. Pero cuando Jesús vio lo que ocurría, reprendió a sus colaboradores y llamó a los pequeños a su lado.
El joven rico deseaba encontrar algo que le diera sentido a su existencia y por eso se acercó hasta Jesús en busca de consejo. Pero cuando habló con él entendió que la felicidad solo llega cuando una persona permite que Dios dirija su vida, y como él no quería hacerlo completamente, se alejó triste y vacío de la presencia de Cristo.
¿Hay algo que nos impide acercarnos a Jesús? Puede que se trate de otras personas, de nuestro orgullo o nuestros pecados. Sea lo que fuere, no dejemos pasar el tiempo para gritar más fuerte, vencer la timidez y dejar de lado todo lo que nos aleje de Dios. ¡Acerquémonos y comencemos a disfrutar una vida en plenitud!
Sumérgete: Nadie podrá separarnos del amor de Dios, pero debemos tomar la decisión de confiar en él y seguir sus instrucciones para una vida de éxito.