Los Diez Mandamientos

Los Diez Mandamientos (1 – 4)

«Israel, guarda silencio y escucha: Este día te has convertido en el pueblo del Señor tu Dios. Así que deberás oír la voz del Señor tu Dios y cumplir sus mandamientos y estatutos, que hoy te ordeno obedecer» (Deuteronomio 27.9-10).

A través de lo que aprendemos en toda la Biblia, comprendemos que no es suficiente leer la Biblia. No es suficiente escuchar la Biblia. No es suficiente memorizar la Biblia. Si bien todo eso es importante, la enseñanza bíblica claramente nos insta a obedecer lo que la Palabra de Dios dice. Por eso, el último libro del Pentateuco nos dice: «Deberás oír la voz del Señor tu Dios y cumplir sus mandamientos y estatutos, que hoy te ordeno obedecer». También leemos algo similar en el libro de Levítico: «Pongan en práctica mis ordenanzas y cumplan con mis estatutos. Síganlos. Yo soy el Señor tu Dios» (Levítico 18.4).

Según la compilación de todas las leyes de Dios, de acuerdo a la interpretación hecha en el siglo xii por Maimónides —sabio israelita, nacido en Córdova, España—, en la Ley (Torá) hay 613 mandamientos. Sin embargo, lo que usualmente conocemos como la Ley de Dios son los Diez Mandamientos. 

Todos hemos escuchado hablar de los Diez Mandamientos. Incluso hubo películas muy exitosas que buscaron retratar el día que Dios dio a su pueblo —y a todos los pueblos— los Diez Mandamientos. 

En la Biblia están mencionados dos veces: Éxodo 20.1-17 y Deuteronomio 5.1-21. Si bien ambas lecturas presentan un pequeño contexto y exhortaciones a obedecer esos mandamientos, las dos dicen esencialmente lo mismo. En el pasaje de Éxodo, los dos primeros versículos dicen: «Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Éxodo 20.1-2). Y añade en el versículo 18: «Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte humeaba; y viéndolo todo el pueblo, temblaron y se pusieron lejos». Es decir, aquel día, sin duda, Dios se hizo oír ante el pueblo.

A qué nos referimos cuando hablamos de los Diez Mandamientos

  1. No tendrás dioses ajenos delante de mí.
  2. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
  3. No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque yo, el Señor, no consideraré inocente al que tome en vano mi nombre.
  4. Te acordarás del día de reposo, y lo santificarás.
  5. Honrarás a tu padre y a tu madre.
  6. No matarás.
  7. No cometerás adulterio.
  8. No hurtarás.
  9. No presentarás falso testimonio contra tu prójimo.
  10. 10.No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su siervo ni a su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca a tu prójimo.

Es importante señalar que obedecer los mandamientos no es camino para ganar la salvación, sino, por el contrario, una respuesta a la salvación que ya hemos recibido por gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo.

¿Siguen siendo vigentes los Diez Mandamientos?

La respuesta a esta pregunta es ¡claro que sí! Es más, de una manera u otra los Diez Mandamientos están presentes en las costumbres y leyes de todas las sociedades alrededor del globo, y lo han estado a lo largo de la historia. Son principio universales e imperecederos de toda sociedad y están grabados en la conciencia de los seres humanos. Los Diez Mandamientos son principios morales y espirituales fundamentales para el orden de cualquier sociedad.

«Los Diez Mandamientos —como diría Dietrich Bonhoeffer— son una guía para vivir una vida justa y ética en una sociedad marcada por la injusticia y la corrupción».

Jesús, en el Nuevo Testamento, afirmó la importancia de los mandamientos cuando dijo: «No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir» (Mateo 5.17). Asimismo, Jesús resumió los mandamientos en dos principales, cuando dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mateo 22.37-40).

Si bien algunos aspectos específicos de la Ley del Antiguo Testamento, como los rituales y sacrificios, fueron abolidos claramente, de acuerdo a las enseñanzas del Nuevo Testamento, los principios éticos y morales contenidos en los Diez Mandamientos siguen siendo válidos y relevantes en la vida de los creyentes.

Lamentablemente, es raro que los Diez Mandamientos se enseñen desde los púlpitos. Asimismo, gran parte de nuestra ignorancia en cuanto a los Diez Mandamientos radica en cuán pocos son los que toman tiempo para estudiarlos. Esto indica una falla imperdonable: no hemos comprendido la universalidad y vigencia de la ley de Dios. Debemos enfatizar que todo aspecto del quehacer humano queda englobado en los Diez Mandamientos, y no hay área de la vida que estos mandamientos no toquen.

Los Mandamientos nos enseñan cuál debe ser nuestra respuesta al amor y la gracia de Dios, al tiempo que declaran la santidad de Dios.

Aunque vivimos en una sociedad que se basa cada vez más en los valores relativos —si algo está bien para ti, ¡adelante!—, los Diez Mandamientos nos presentan los valores absolutos de Dios y su Palabra, y nos permiten realinear nuestro eje usando algo fijo y seguro. No poder asentarnos sobre algo sólido —como los Diez Mandamientos— no nos permite pararnos con confianza ni mucho menos avanzar. Es, como diría Jesús, edificar una casa sobre la arena, sabiendo que cuando vengan las tormentas, sus cimientos no podrán sostenernos. Afianzarnos en los Diez Mandamientos, por el contrario, nos permite construir nuestra vida sobre la roca, y manejarnos con confianza.

Por último, podemos mencionar tres elementos que se desprenden de los Diez Mandamientos: 

El primero de ellos es dejar bien en claro cuánto nos ama el santo Dios que, buscando nuestro mayor bien y gozo, nos enseña cómo conducirnos para evitar todo daño y pecado, con el fin de que podamos comprender que, únicamente en él, encontraremos la mayor felicidad posible. Como dice el salmista: «Con tu presencia me llenas de alegría» (Salmos 16.11). Dios no quiere privarnos de las cosas que nos hacen felices. Dios ha hecho todo lo que tenemos alrededor de nosotros para que lo disfrutemos en santidad de vida. Lo que Dios declara es que únicamente con él, en él y a través de él alcanzaremos la felicidad plena.

El segundo elemento es enseñar por qué fue necesario que el Hijo de Dios viniera al mundo, para cargar en su cuerpo el castigo de toda nuestra desobediencia.

El tercer elemento declara la increíble recompensa eterna que les espera a aquellos que en Cristo Jesús obedecen los mandamientos.

¿Podemos cumplirlos?

Ningún hombre puede obedecer la ley en un sentido legal, y hacer todo lo que la ley requiere sin desviarse jamás. El pecado ha imposibilitado eso. Pero, en el verdadero sentido del evangelio, sí podemos obedecer la ley moral, de manera que podamos encontrar la aceptación de Dios. La obediencia de los mandamientos de Dios consiste en un esfuerzo sincero y real por observar toda la ley moral. Dice el salmista: «Toda mi vida he obedecido tus estatutos, pues son el gran amor de mi vida» (Salmos 119:167). Nosotros podríamos añadir: no he hecho todo lo que debería hacer, pero he hecho todo lo que puedo hacer; y cuando mi obediencia no es suficiente, miro hacia la perfecta justicia y obediencia de Cristo, y espero el perdón por medio de su sangre. Esto es obedecer la ley moral de manera evangélica; lo cual, aunque no sea de nuestra satisfacción, sí lo es para la aceptación de Dios.

La ley moral requiere obediencia, pero no da la fuerza necesaria para cumplirla. En cambio, el evangelio da esa fuerza, confiere fe a los elegidos, endulza la ley y nos hace servir a Dios con deleite.

Como diría Thomas Watson: «Aunque la ley moral no es nuestro Salvador, sí es nuestra guía. Aunque no es un pacto de vida, sí es una regla de vida. Todo cristiano está obligado a ajustarse a esa ley moral tan exactamente como pueda. El apóstol Pablo escribió: “¿Entonces, por la fe invalidamos la ley? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la ley” (Romanos 3.31)». O, dicho en palabras de Tim Keller: «Los Diez Mandamientos son una expresión del amor de Dios hacia nosotros. No son un conjunto de reglas opresivas, sino un mapa que nos guía hacia una vida plena y significativa»

Debemos recordar, sin embargo, que es a través del arrepentimiento y la fe en Jesús que nacemos de nuevo. Es a través de Dios que recibimos todo lo necesario para vivir de acuerdo a los mandamientos y estatutos que Dios nos ha dejado. Es a través del poder del Espíritu Santo que somos capacitados para cumplir con la ley moral de Dios. Al abocarnos al cumplimiento de los Diez Mandamientos, debemos recordar que es solo por gracia de Dios, por la obra completa de Jesucristo sobre la cruz y por la capacitación otorgada por el Espíritu Santo que podemos hacerlo. Es una obra completa propuesta, realizada y potenciada por el Dios trino. Es su obra, no la nuestra.

En la siguiente entrega, comenzaremos a analizar cada uno de los Diez Mandamientos.

Serie ‘Los diez mandamientos’:

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