«Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como la tierra sedienta.» (Salmos 143.6)

Estaban allí cuando comenzó la historia de la humanidad. Adán y Eva las utilizaron como instrumentos para cortar el fruto prohibido, llevárselo a la boca y desobedecer las instrucciones del Creador. Caín las empleó para matar a su hermano Abel por la envidia que carcomía su corazón. Noé las usó como herramientas para construir el gran barco que Dios le había indicado, de modo que logró salvar a su familia y un gran número de animales.
Y así podríamos continuar durante muchas páginas más, enumerando las acciones que hombres y mujeres realizan con sus manos.
Con ellas podemos construir casas para quienes no tienen un techo o destruirlas mediante una guerra. Cubrir con una manta a quienes sufren las noches heladas durmiendo a la intemperie o despojar a la gente de sus bienes. Dar palmadas de ánimo a los deprimidos o golpear el rostro de las personas con quienes discutimos. Componer canciones de amor o escribir letras que promuevan la violencia, el desenfreno y la infidelidad.
Lo que hacemos con nuestras manos está directamente relacionado con nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones. ¡Nuestra alma se proyecta en cada una de las actividades que realizamos!
Que nuestras manos siempre sean la expresión de nuestro amor por Dios, por nosotros mismos y por el prójimo. ¡Levantemos al caído! ¡Oremos por los necesitados! ¡Saludemos a quienes nos rodean! ¡Construyamos puentes entre la gente! ¡Compartamos la Biblia con todos!
Sumérgete: Evitemos que nuestras manos hagan cosas que desagraden a Dios. ¡Al contrario! Que sirvan como instrumentos para construir un mundo mejor.