«Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia.» (Salmos 6.3-4)
La montaña rusa suele ser la atracción más visitada en los parques de diversiones alrededor del mundo. Algunas son simples y no hace falta demasiada valentía para subirse a ellas. Otras, en cambio, parecen haber sido diseñadas con el objetivo de intimidar a la gente. Las subidas y bajadas, los tramos llenos de curvas y pendientes, la velocidad extrema con la que marchan los pequeños coches, todo está pensado para que la adrenalina corra por las venas de quienes se animen a dar una vuelta.
Algunas personas viven como si estuvieran todo el tiempo en una montaña rusa. Por momentos parecen felices y contentas, llenas de alegría por sus logros, amistades y bendiciones. ¡Están arriba, en el punto más alto!
Pero al poco tiempo se las ve tristes, deprimidas y sin esperanza acerca de su futuro. Ya no queda nada de la euforia que sentían días atrás. Ahora solo hay amargura y un profundo sentido de soledad.
¿Qué ocurre? ¿Cuál es la razón de esos cambios tan bruscos?
En la mayoría de las situaciones, el problema consiste en permitirles a las emociones que dirijan los pensamientos. En otras palabras, dejar las decisiones, las relaciones interpersonales y los proyectos en manos de los diferentes estados de ánimo.
Si vivimos de esa manera solo obtendremos frustración y debilidad de carácter. Pero si ponemos nuestros sentimientos bajo la dirección de nuestra voluntad, podremos crecer y disfrutar de la vida a pesar de lo que sintamos o las circunstancias a nuestro alrededor.
Sumérgete: Ciertas experiencias de ese tipo suelen ser parte natural del crecimiento, en especial durante la adolescencia, o pueden ser síntomas de problemas físicos que deben ser tratados por los médicos. Lo importante es descubrir la causa del problema y buscar ayuda para desarrollar una vida libre y sana.
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