«Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.» (Salmos 46.2-3)
Todo parecía normal durante aquella tarde de primavera. Los niños estaban en la escuela, los comercios atendían a sus clientes, los medios de transporte funcionaban, y cada quien hacía sus tareas y cumplía sus responsabilidades.
Pero de un momento a otro todo cambió. Al principio algunos pensaron que se trataba de una sensación, pero muy pronto se dieron cuenta de que algo serio pasaba. ¡La tierra había comenzado a temblar! ¡Un terremoto sacudía con furia la ciudad!
Todos corrían desesperados. Nadie sabía qué hacer. Las alarmas sonaban mientras algunas casas se desplomaban. Pocos minutos después la ciudad era un caos. ¡El puente, las calles y los edificios habían quedado arruinados!
En la vida habrá momentos que parecerán terremotos. La muerte inesperada de un amigo, la traición de las personas en quienes confiamos, el divorcio de nuestros padres, un accidente que provoca daños en nuestro cuerpo, el ataque repentino de un país o un grupo contra otro de la población… Hechos, momentos y actitudes que tienen el poder de hacernos caer y arruinarnos.
No se puede evitar que suceda un terremoto, pero sí es posible tomar ciertas precauciones para intentar estar a salvo y sobrevivir. En la vida hay cosas inevitables, pero podemos hacer lo que esté a nuestro alcance para sostenernos y seguir adelante.
Sobre todo acerquémonos a Dios y confiemos en él. ¡Aunque todo tiemble a nuestro alrededor, él nos ayudará a mantenernos firmes!
Sumérgete: Cuando Dios es lo más importante en nuestra vida, sabemos que él estará a nuestro lado siempre, a pesar de que pasen cosas malas. Dios quiere que nos animemos a pedirle su ayuda en todo momento.