«Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve.» (Juan 1.46).
Todos escuchamos alguna vez aquella frase que dice: «Las apariencias engañan.» ¡Cuánta verdad hay en estas palabras!
Mucha gente se pierde la alegría de conocer a otras personas por el solo hecho de tener preconceptos, es decir, piensan que son de una manera determinada, ¡cuando en realidad no es así!
Éstos son algunos de los tantísimos prejuicios que existen en el mundo:
– Prejuicios raciales, debido al lugar de origen, el color de la piel, las costumbres, el idioma.
– Prejuicios religiosos, en relación con la manera en que cada uno expresa su fe.
– Prejuicios sociales, de acuerdo a la economía, la educación, el empleo o la cultura.
– Prejuicios sexuales, conforme a perspectivas extremas, tales como el machismo o el feminismo.
Este tipo de actitudes dificulta las relaciones interpersonales y hace prácticamente imposible que se logre una sociedad de paz, amor y comprensión mutua.
Jesús jamás tuvo ninguna clase de prejuicio. ¡Al contrario! Lograba quebrar las barreras sociales y se acercaba a todas las personas por igual, en especial a aquellas que eran despreciadas por los demás. De esa manera demostraba su amor y ofrecía su perdón para que todos tuvieran la oportunidad de confiar en él como Salvador.
¡Olvidemos los prejuicios! Alimentemos nuestra mente y nuestro corazón con las enseñanzas de la Biblia y permitamos que Dios nos guíe en cada relación interpersonal. Que nuestros pensamientos, palabras y acciones estén llenos de amor hacia nuestro Creador y hacia nuestro prójimo.
Sumérgete: Leamos los evangelios e intentemos descubrir con qué clase de personas solí