La Biblia está llena de relatos inspiradores que nos enseñan valiosas lecciones de fe y esperanza. Sin embargo, en su equilibrada exposición, la Biblia también nos presenta situaciones de personas que atravesaron experiencias realmente difíciles y clamaron a Dios desde el abismo.
Uno de estos relatos —que es bien conocido en círculos cristianos y entre personas que no tienen ningún interés en lo religioso— es la historia de Jonás y el gran pez. Ese relato destaca la importancia de la oración desde el abismo; en medio de situaciones extremadamente difíciles. Esta historia nos muestra que, incluso en los momentos más oscuros, podemos acudir a Dios con nuestras plegarias y esperar su respuesta.
Jonás y el gran pez
En el libro de Jonás, encontramos la historia del profeta Jonás, que recibió un mandato divino para ir a la ciudad de Nínive y proclamar un mensaje de arrepentimiento de parte de Dios. Sin embargo, en lugar de obedecer, Jonás decidió huir en dirección opuesta y abordó un barco que se dirigía a Tarsis.
Pero Dios tenía otro plan y no permitió que Jonás escapara de su llamado. En medio de una feroz tormenta, los marineros, desesperados por salvarse, acudieron a sus dioses —sin ningún resultado—, hasta que echaron suertes y descubrieron que Jonás parecía ser la causa del problema. Ante esta revelación, Jonás reconoció que, efectivamente, él era la causa de aquella terrible tormenta, y se ofreció a ser arrojado al mar para calmar la ira divina. Los marineros así lo hicieron, y fue entonces cuando un gran pez, enviado por Dios, lo tragó.
Encerrado en el vientre del pez, desde la más insondable oscuridad, Jonás experimentó una profunda angustia y se dio cuenta de su error al desobedecer a Dios. Fue en ese momento de desesperación, que Jonás decidió orar desde aquel oscuro abismo, sabiendo que, aun desde ese lugar, Dios lo oiría. Su oración fue un clamor sincero de arrepentimiento y rendición ante el Señor. Dice la Escritura: «Pero el Señor tenía preparado un gran pez, para que se tragara a Jonás; y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. Entonces Jonásoró al Señor su Dios desde el vientre del pez, y dijo: Señor, en mi angustia te invoqué, y tú me oíste. Desde el fondo del abismo clamé a ti, y tú escuchaste mi voz» (Jonás 1.17-2.1).
La oración en situaciones difíciles
La historia de Jonás nos enseña que, incluso en medio de las circunstancias más adversas, la oración puede ser un poderoso medio para conectarnos con Dios y encontrar consuelo y dirección. A pesar de estar atrapado en el vientre del pez, Jonás no perdió la esperanza ni dejó de buscar a Dios. En lugar de caer en la desesperación, eligió aferrarse a Dios en oración.
Cuando nos enfrentamos a desafíos abrumadores, es fácil sentirnos abatidos y desamparados. Sin embargo, la historia de Jonás nos recuerda que siempre hay esperanza cuando dirigimos nuestras oraciones a Dios. La oración nos permite expresar nuestras preocupaciones, anhelos y necesidades más profundos ante el creador del universo, quien tiene el poder de transformar nuestras situaciones adversas.
La respuesta de Dios a la oración
Después de que Jonás oró desde las profundidades del mar, Dios escuchó su clamor y ordenó al pez que lo vomitara en tierra seca. Pero el mandato seguía siendo el mismo, y Dios le dio a Jonás una segunda oportunidad para cumplir con su llamado y llevar su mensaje a Nínive.
Esta respuesta divina demuestra que Dios no solo escucha nuestras oraciones, sino que también actúa en respuesta a ellas. Aunque nuestras circunstancias pueden parecer imposibles desde nuestra perspectiva limitada, Dios, de acuerdo a su propósito, puede intervenir y cambiar nuestro panorama. A veces, la respuesta no es inmediata o toma la forma que esperamos, pero podemos confiar en que Dios siempre actuará en nuestro mejor interés.
Jonás no está solo en orar a Dios en medio de situaciones difíciles y recibir una respuesta de parte de Dios, hay otros ejemplos de siervos de Dios que buscaron a Dios en oración y recibieron una clara respuesta. Recordemos algunos de ellos.
Elías en el monte Carmelo (1 Reyes 18.36-38): Elías se enfrentó a los profetas de Baal en el monte Carmelo, para demostrar quién era el Dios verdadero. Después de que los profetas de Baal no pudieron hacer que su dios respondiera a sus desesperados e insistentes pedidos, Elías oró a Dios pidiendo fuego del cielo y Dios respondió su oración enviando fuego y consumiendo el sacrificio. «En ese momento cayó fuego de parte del Señor, y consumió el toro que allí se ofrecía, y la leña, las piedras, y hasta el polvo, ¡y aún secó el agua que inundaba la zanja!» (1 Reyes 18.38). Ante una situación que, desde el punto de vista humano, parecía de extrema desventaja, Elías confió en Dios y clamó en busca de una señal contundente. ¡Y la recibió!
Daniel en el foso de los leones (Daniel 6.10-23): Cuando el rey Darío emitió un edicto que prohibía orar a cualquier dios que no fuera él, Daniel continuó con su costumbre de orar cada día. Abría las ventanas de su cámara que miraban hacia Jerusalén y oraba a Dios. Como resultado, fue arrojado al foso de los leones. En el foso, Daniel confió en Dios y Dios envió su ángel para cerrar las fauces de los leones, protegiéndolo de todo daño. Cuando el rey fue temprano a la mañana si Daniel seguía vivo, él le respondió: «Mi Dios envió a su ángel para que cerrara las fauces de los leones y no me hicieran daño» (Daniel 6.22a).
Nehemías ante la reconstrucción de Jerusalén (Nehemías 1.4-11): Hacía 70 años, Judá había sido derrotada por Babilonia y exiliada. Con el tiempo, Babilonia fue derrotada por el Imperio persa, y los exiliados fueron distribuidos a lo largo de sus 127 provincias. A punto de que el pueblo exiliado pudiera volver a Israel, Nehemías era copero del rey Artajerjes, rey de Persia, en la ciudad de Susa, capital del reino (Nehemías 1.1). Fue allí que recibió las noticias de que Jerusalén estaba en ruinas y se angustió profundamente. En medio de su tristeza, oró a Dios confesando los pecados del pueblo y pidiendo que Dios le permitiera ayudar en la reconstrucción de la ciudad. Dios escuchó su oración y le dio favor ante el rey Artajerjes, lo que permitió que Nehemías llevara a cabo su misión. En ese tiempo de angustia, Nehemías oró a Dios, y le dijo: «Concédele a este siervo tuyo éxito ante el rey, para que me conceda lo que le solicite» (Nehemías 1.11c). Y desde aquella situación de aparente imposible resolución, ante su clamor, Dios respondió y le concedió lo que Nehemías pedía.
Jesús en el Huerto de Getsemaní (Mateo 26.36-46): No podemos dejar de lado la oración de nuestro Señor antes de su crucifixión, Jesús fue al Huerto de Getsemaní para orar. En medio de una gran angustia y anticipación del sufrimiento que le esperaba, Jesús oró a Dios pidiendo que, si era posible, se apartara de él la copa que estaba a punto de beber; pero el Señor aclaró: «Padre mío, si esta copa no puede pasar de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad» (Mateo 26.42). Aunque la respuesta de Dios fue permitir que Jesús pasara por ese sufrimiento, su oración fue respondida en el sentido de que recibió fortaleza y consuelo para enfrentar su misión.
No siempre las oraciones recibirán las respuestas que esperamos, pero siempre serán oídas y respondidas de acuerdo al propósito y la voluntad de Dios, quien «dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Romanos 8.28).
Estos ejemplos bíblicos —y muchos otros— nos muestran que Dios está dispuesto a responder las oraciones de aquellos que confían en él, incluso en medio de las circunstancias más difíciles. Nos animan a perseverar en la oración y a confiar en la sabiduría y la providencia de Dios en cada situación que enfrentamos.
Conclusión
La historia de Jonás y el gran pez, la de Elías en el monte Carmelo, la de Nehemías en Persia y la del mismo Jesús en Getsemaní nos inspiran a perseverar en la oración, aun cuando las elevemos desde el abismo.
No importa cuán oscuro o desesperanzador parezca nuestro entorno; no importa cuán difícil parezca ser nuestra situación, siempre podemos acudir a Dios en busca de consuelo, guía y fortaleza. La oración nos conecta con el poder divino y nos permite experimentar la respuesta de Dios en nuestras vidas.
Así como Dios escuchó y respondió a Jonás, Elías, Daniel, Jesús y tantos otros a lo largo de la historia bíblica también está dispuesto a escuchar nuestras oraciones y actuar en favor de nosotros. Por otro lado, la historia de las misiones mundiales está llena de ejemplos de misioneros que acudieron a Dios en medio de situaciones extremadamente difíciles y recibieron una respuesta de parte de Dios. Al confiar en su amor, sabiduría y providencia, podemos encontrar consuelo y esperanza en las situaciones más desafiantes.
La oración nos da la certeza de que nunca estamos solos y que Dios está obrando en nuestras vidas, incluso en medio de las dificultades más abrumadoras. Dios nunca se desentiende de nosotros y siempre está escuchando cuando oramos y clamamos por su ayuda. Incluso, cuando oramos desde el abismo.