Parábola del hijo pródigo

Parábola del hijo pródigo

(Lucas 15.11-32) 

Para estudiar convenientemente una parábola, es importante comprender la ocasión de la misma. Es decir, por qué Jesús cuenta la historia. En el caso de la parábola del hijo pródigo, la circunstancia está al principio del capítulo 15, cuando los fariseos y los escribas se escandalizaban a causa de que Jesús comía con publicanos y pecadores.  A través de las tres parábolas de Lucas 15 —la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido—, Jesús explica que él se sienta con pecadores pues para ellos vino. Las tres parábolas son parecidas, sin embargo, la parábola que analizamos brevemente hoy añade algo que las otras dos no tienen, y Jesús lo dice al principio de la parábola, pues comienza diciendo: «Un hombre tenía dos hijos». Veamos qué dice Jesús. 

El hijo menor – Lucas 15:11-24 

V. 13 – «Se fue a una provincia apartada».  

  1. Fuera de la influencia del padre; quería ser independiente, vivir sin límites.  
  1. ¿Independiente? ¿O dependiente de otras cosas? 

V. 17 – «Y volviendo en sí».  

  1. El primer paso hacia un arrepentimiento verdadero 

V. 18-19 – «Ya no soy digno» 

  1. Este es el preciso momento en el que se arrepintió.  

V. 20 – «Y levantándose, vino a su padre.» El arrepentimiento fue tal real y decidido como la caída. El hijo prepara una confesión total, sin excusas. Ni bien toma la resolución, actúa sin demoras. 

Si bien la intención del hijo era que lo aceptaran como un jornalero, Lucas nos dice que «todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó». La idea del griego es que lo besó efusivamente.  

El padre no solo lo perdona, sino que corre parte del camino que llevaría al hijo hasta su hogar. Y lo abraza, y lo besa, y lo rodea de su amor y gracia sin fin. 

Soy el hijo pródigo cada vez que busco el amor incondicional donde no puede hallarse

El hijo mayor – Lucas 15:25-32 

V. 25 – Como dijimos antes, siguiendo el estilo de las dos parábolas precedentes, esta debió terminar aquí. Lo que sigue es un desarrollo nuevo y muestra que el padre no ama solamente al hijo menor, sino también al mayor. 

El testigo principal de la vuelta del hijo pródigo es su hermano mayor. No muestra alegría al ver cómo lo recibió el Padre. No se acerca, no sonríe, no expresa acogida. ¿Qué ocurre en el interior de este hombre?  

En esta queja, obediencia y deber se han convertido en una carga, y el servicio en esclavitud. 

Hay muchos hijos que están perdidos a pesar de seguir en casa. A menudo pensamos en el extravío como actos que se ven y son espectaculares. El hijo menor pecó y su perdición fue obvia.  

Sin embargo, el extravío del hijo mayor es mucho más difícil de identificar. Él era el que se quedó en casa, obediente a su padre, cumplidor de la ley y muy trabajador. Pero cuando vio la alegría de su padre por la vuelta de su hermano menor, algo oscuro salió a la luz. De repente aparece la persona resentida, orgullosa y egoísta que estaba escondida detrás de una apariencia de santidad. 

Hay mucho resentimiento entre los «justos y los rectos». Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los «santos».  

Cuánto esfuerzo hemos hecho para evitar caer en el pecado, pero basados en nuestros propios esfuerzos y no en la fuerza y libertad que solo vienen de la mano de Dios. 

La queja del hijo mayor es la que parte de un corazón que siente que nunca ha recibido lo que le corresponde. Es la queja expresada de mil maneras y que termina creando un fondo de resentimiento. A menudo nos vemos quejándonos por pequeños rechazos, faltas de consideración o descuidos.  

¿Acaso no es bueno ser obediente, servicial, trabajador y sacrificado? ¡Claro que sí! Sin embargo, las virtudes y las quejas del hijo mayor parecen estar ligadas misteriosamente. Parece que allí donde se encuentra lo mejor del hijo mayor, también se encuentra el resentimiento y la queja. 

¿Cómo erradicar mi resentimiento sin acabar también con mis virtudes? Cuando acepto que lo que soy y hago no es a causa de mis virtudes ni a través de mis fuerzas, sino por la gracia y la misericordia de Dios

V. 28-29 – El padre salió a rogar al hijo mayor que entrase. Si bien tenía toda la autoridad para obligarlo a entrar, el padre le rogó «insistentemente», según el sentido del griego; tomó la iniciativa de ir a buscar a su hijo. 

V. 30 – «Pero ahora viene este hijo tuyo… ¡y has ordenado matar el becerro gordo para él!».  

Esta no es una historia que separe al hermano bueno del malo. Ambos son malos, solo el Padre es bueno. Él ama a los dos hermanos y corre a su encuentro. Quiere que los dos se sienten a la mesa y compartan con él la alegría. 

El amor del Padre no fuerza al amado. De la misma manera, Dios nos llama a amar sin esperar ser amado, dar sin esperar que nos den, invitar sin esperar ser invitado, abrazar sin esperar ser abrazado. 

Las tres parábolas de Lucas ponen el énfasis en la iniciativa de Dios. Dios es el pastor que sale a buscar a la oveja perdida. Dios es la mujer que enciende la lámpara, limpia la casa y busca por todas partes hasta encontrar la moneda perdida. Dios es el padre que busca a sus hijos, vela por ellos, corre a su encuentro, los abraza, les ruega que entren y anima a que vuelvan a casa. 

Jesús es el verdadero Hijo del Padre y es nuestro modelo a seguir. Es el hijo menor, sin ser rebelde. Es el hijo mayor, sin ser rencoroso. Es obediente al Padre en todo, sin ser esclavo. Hace todo lo que el Padre le dice que haga, pero es totalmente libre. Lo da todo y lo recibe todo. 

¡Qué Dios nos ayude a imitarlo!  

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