«Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra. Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas. Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra.» (Salmos 119.25-28)

Hay momentos en los que desearíamos tener una respuesta a nuestras inquietudes. «¿Por qué se producen las guerras?» «¿Por qué tantas personas mueren de hambre?» «¿Por qué existen las enfermedades?» «¿Por qué mis padres decidieron divorciarse?» «¿Por qué nadie me presta atención?»
No hay nada de malo en preguntarle a Dios acerca de las cosas que no logramos entender. El intelecto humano, a veces, no alcanza para comprender las razones y los motivos de todo lo que pasa en el mundo.
Pero antes de permitir que la amargura y la tristeza controlen nuestro corazón, es importante distinguir entre los hechos que tienen su origen en la manera de actuar de la gente y aquellos que en principio son un misterio.
Dios creó al ser humano y le dio la capacidad de elegir entre el bien y el mal, entre compartir y ser egoísta, entre amar y odiar, sanar y destruir. ¡Eso es lo que significa tener «libre albedrío»!
Alguien dijo alguna vez: «En el mundo hay suficiente comida para todos, pero no se comparte. Hay medicamentos, pero no llegan a los países más pobres. Se gastan fortunas en proyectos de exploración espacial, pero no se invierte la misma cantidad para construir hogares para aquellos que no tienen dónde cobijarse.»
Está claro: la mayoría de nuestros «por qué» tienen su respuesta en las decisiones que los seres humanos tomamos día a día. Por eso, hagamos lo que esté a nuestro alcance para honrar a Dios con nuestra vida, ayudar a los demás y cuidar del planeta Tierra.
Sumérgete: Cuando tengamos dudas acerca de lo que ocurre a nuestro alrededor, hablemos con Dios en oración y exploremos la Biblia en busca de respuestas que nos ayuden a tomar buenas decisiones y mejorar nuestra vida.