Metáforas
Las metáforas desempeñan un papel tan importante en la Biblia que deben ser analizadas con cuidado a la hora de traducir. Las metáforas forman parte de todos los idiomas conocidos, y sorprendentemente muchas veces son las mismas, o se parecen, en diferentes idiomas. Sin embargo, los significados suelen ser diferentes. Por tanto, ser un «cabeza dura» (o tener «el corazón de piedra») puede significar ser obstinado, mezquino, malvado, estúpido, valiente, enojado, agresivo; cualquier combinación de lo anterior, o cualquier otra cosa que dependa enteramente del lenguaje y del contexto. Es frecuente que las mismas imágenes, o imágenes parecidas, tengan significados bastante distintos dentro de un mismo idioma, dependiendo del contexto, como por ejemplo: «él la amó con todo el corazón» (emoción), frente a «no trabajaba de corazón» (compromiso).
Por Roberto Bascom
Un ejemplo bíblico de una metáfora que es difícil para algunos idiomas es la de Isaías 1.15, donde Dios rechaza los sacrificios debido a que la sangre cubre las manos de los sacerdotes. En Guatemala, los traductores de la Biblia quiché no tenían claro qué clase de sangre era. ¿Era la sangre de los animales de los sacrificios? ¿Habían sido los sacerdotes poco cuidadosos y se habían llenado las manos de sangre, y por tanto Dios rechazaba sus sacrificios? Cuando se les sugirió la posibilidad de que fuera sangre humana, aun así no les quedó clara la razón de por qué estaban los sacerdotes llenos de ella. ¿Habían estado vendando a personas heridas? ¿Había algo impuro en ello que hacía que Dios se molestara con sus sacrificios? Lo que dificultó la comprensión de esta imagen fue que se trataba de un juego de imágenes, incluso en el hebreo. En la Biblia, las manos manchadas de sangre es una metáfora muy común que expresa asesinato; pero, literalmente, los sacerdotes también tenían sangre en las manos por estar sacrificando animales. En estos casos, es aconsejable conservar el juego de imágenes. Si eso no es posible, la mejor solución es especificar bien el significado, diciendo por ejemplo: «manos manchadas de sangre… por matar personas».
A veces un idioma receptor tiene metáforas que no poseen ninguna de las lenguas originales. Por ejemplo, cuando la Biblia en diferentes momentos habla literalmente de ser felices, los traductores del pokomchí (Guatemala) tradujeron: «Su corazón se volvió delicioso». En otros casos, una metáfora puede sustituir a otra. En Proverbios 1.12: Los tragaremos vivos como el Seol, pasó al mam de Ostuncalco como: «Ellos caerán en nuestro tazón (de comer)». Cuando más tarde esos mismos traductores se encontraron con la maldición: Que su nombre perezca en la segunda generación, y su significado les fue aclarado (que todos los hijos y nietos varones mueran y no dejen herederos), inmediatamente produjeron una imagen relacionada: «Que su tazón se vuelque». Después de analizarlo un poco más, se llegó a la frase: «Nosotros/yo lo pondremos /pondré/en nuestro/mi tazón», para indicar asesinato, y si se analizara aún más, sin duda se llegaría a otras frases.
Un rasgo importante del lenguaje figurado es el tono y el modo con que empieza un texto. Cuando Amós 4.1 llama literalmente «vacas de Basán» a las mujeres ricas de Samaria, no debiéramos extraer del término «Basán» solo el sentido de riqueza y posición (algo que no podrá hacer el oyente moderno, lo cual explica la frase «aristocráticas damas» de DHH), sino también del término «vacas» algo de la actitud de Amós hacia su codicia y pereza (cf., por ejemplo, llamar a alguien «burro»). Dado que es tan frecuente reducir al mínimo el lenguaje metafórico y no literal para poder no solo traducir los significados con claridad, sino también alcanzar un nivel popular de comprensión, quizá sea bueno volver a colocar las figuras, cuando eso sea posible, en los textos que tengan un alto grado de sentido figurado en las lenguas originales, a fin de conservar el efecto general del discurso.
Problemas sociolingüísticos
La mayoría de los ancestros de los pueblos mayas modernos adoraban al sol y a la luna, además de otras deidades. En realidad, los términos de esos cuerpos celestes eran chul to’tic («nuestro santo padre») y chul me’tic («nuestra santa madre») respectivamente. Cuando vinieron los sacerdotes católicos durante la conquista, hicieron que la gente le quitara el «santo» (chul), pero la práctica de llamar al sol «padre» y a la luna «madre» continuó. Recientemente, cuando llegaron los misioneros protestantes, objetaron esta práctica y convencieron a sus seguidores a usar c’ac’al («día») para sol y u («mes») para luna. Esto llevó a dos prácticas distintas entre dos comunidades. Cada grupo ha mantenido con el otro el contacto suficiente como para entender el uso «alternativo» de cada uno. El único trabajo que cumplen ahora las distinciones es indicar inmediatamente a qué grupo pertenece el hablante. Los problemas de este tipo son más de carácter interpersonal o político que de traducción, y muchas veces son los administradores de las Sociedades Bíblicas a nivel local (y no el consultor de traducción) los que están en mejor posición para resolver esta clase de problemas.

Los términos prestados son comunes en todas las lenguas (por ejemplo, «aguacate» y «tomate» son aztecas), como también lo es el fenómeno de que una única palabra sirva para dos o más propósitos (por ejemplo, «llave» de una puerta, de un tubo, para perno y tuerca, o para un problema). En el quiché, «Tiox» (de Dios) combina ambos aspectos, pues no solo hace referencia a las imágenes de la Iglesia católica, sino también a la palabra (común para católicos y protestantes) que significa «santo». Cuando los misioneros protestantes la objetaron por considerarla un sincretismo, los traductores cedieron y utilizaron taxtalic (apartado de/para). El problema de ese término es que es difícil aclarar en cada caso que se trata de una separación para el uso especial de Dios, y no de una separación de Dios. Esto debe explicitarse en diversas formas en la traducción, hasta incluso decir que la persona/objeto es separada del pecado o impureza. Lo que hace que este problema sea especialmente difícil es que «santo», por sí mismo, tiene más de un significado, ya que a veces implica pureza moral («sean santos como yo soy santo»), y otras veces simplemente significa un puesto (sacerdotes), o un uso o contacto especial con Dios (objetos de un templo, el tabernáculo o el lugar cerca de la zarza ardiente).
Eufemismos
El problema de traducir eufemismos, aunque es bien conocido, es subestimado por casi todos los proyectos de traducción. Los eufemismos, esas sustituciones amables para lo que se consideran formas vulgares, demasiado francas o íntimas de hablar sobre asuntos como la muerte, el sexo, las funciones corporales, etc. (que a veces también se relacionan estrechamente con los sistemas de tratos honoríficos; por ejemplo: el nombre de Dios en la Biblia) son sin duda más predominantes en los textos originales y las culturas del idioma receptor de lo que se ha admitido hasta ahora.6 El problema comienza a nivel cultural.
Por lo general, en cualquier traducción de las Escrituras operan tres o cuatro culturas al mismo tiempo. Está primeramente la cultura del texto, que es diferente en diferentes partes de la Biblia, pero que se puede definir más o menos correctamente en pasajes específicos. En segundo lugar, está la cultura del misionero y/o del consultor de traducción, que suele ser europeo o norteamericano. Incluso, a pesar de que las Sociedades Bíblicas han reclutado consultores de traducción provenientes de todo el mundo, las actitudes de estos hacia el texto de la Escritura han pasado por el tamiz de la experiencia y capacitación académica al estilo occidental. En tercer lugar, muchas veces hay un medio cultural común que usamos para comunicarnos con los traductores nativos. En América Latina, por ejemplo, es la cultura hispánica del país en que se esté trabajando. Y en cuarto lugar, está la cultura del traductor.
Sin duda, esto puede desanimar a muchos de siquiera intentar la traducción, pero hay un punto importante aquí. Es el principio del veto. Es decir, si hay algo que ofende a cualquiera de las cuatro culturas, lo más probable es que ese asunto ofensivo deba mitigarse en la traducción. El idioma receptor debe por todos los medios tener ese derecho, y los otros dos o tres idiomas deben ceder en puntos como este. En cuanto a los eufemismos, esto debiera ser incluso el caso para la cultura original, a menos que exista justificación teológica válida que permita mantener el eufemismo en la traducción.
Algunos ejemplos de esta tendencia son Génesis 18.12, donde el «placer» es sexual, no una referencia a tener otro hijo; Génesis 24.2, 9 y 47.29, donde lo que parece ser ya un eufemismo se altera aún más debido a las posibles alusiones homosexuales y de otra índole que, en el AT, rodean al concepto de cubrirse los pies.7 Un ejemplo particularmente interesante y fácil de pasar por alto, es cuando José les prepara un banquete a sus hermanos (Gn 43.34). El texto dice: «y bebieron y se alegraron con él». La combinación de beber vino y alegrarse significa en otras partes «emborracharse», pero casi todos los traductores han sido en este versículo más circunspectos que el texto original.
Aspectos culturales
Hay una línea fina de demarcación entre ciertas traducciones que, a pesar de ser formales, son inteligibles, y aquellas traducciones que en alguna forma están tan cerca del idioma original que el lector realmente tendría que conocer ese idioma para entender adecuadamente el texto. Una línea igualmente fina de demarcación existe entre ciertas traducciones por equivalencias dinámicas que reflejan con fidelidad el sentido del original, con aquellas traducciones que se acercan tanto a la lengua receptora que, de alguna manera, se apartan de la intención original del texto.
Esto último produce anacronismo y una esclavitud a las formas culturales de la lengua receptora. Las personas de los tiempos bíblicos vivían diferente de cómo vive la mayoría de los eruditos bíblicos modernos. Sin embargo, esa forma de vida no era tan diferente de la que llevan muchos pueblos en cuyas lenguas se están haciendo las traducciones hoy día. Sin embargo, incluso en el segundo caso, la conciencia de que existe otra dimensión cultural y de que hay diferencias claves entre las distintas sociedades «tradicionales», antiguas y modernas, hace imposible que se ignoren los efectos de cruzar la línea que divide la exactitud de la naturalidad. Una pauta clave para mantener el equilibrio es examinar el nivel de literalidad del texto original. ¿Describe el texto alguna acción literal (bastante aparte de consideraciones de género), o representa algo diferente a las palabras literales mediante una metáfora o un uso no literal del lenguaje? Esta pregunta se puede determinar claramente en muchos casos, pero difícilmente en otros. Allí donde es clara, también lo es la regla: cuanto menos literal sea el lenguaje, más libertad tendrá el traductor para adaptar el texto.

Cuando el salmista afirma que no es hombre sino gusano, el traductor puede sustituir el término por «polvo» u otra metáfora apropiada. Sin embargo, cuando el texto afirma que Abraham hizo que su siervo «le pusiera la mano debajo del muslo» a fin de hacer un juramento, expresiones como «darse la mano» (o cualquier otro gesto equivalente) violaría lo que el texto dice que sucedió realmente: un acto que sin duda era una práctica en los tiempos antiguos (y en algunas culturas de hoy). Casos como estos se enfrentan a veces a una resistencia cultural, y deben traducirse genéricamente («hicieron una promesa solemne») con una nota de pie de página («lit. “poner la mano debajo del muslo”; esa era la forma antigua de hacer promesas»).
Cuando la Biblia habla de pan y vino en términos metafóricos y no literales, estos se pueden sustituir por términos locales que tengan la misma función que los del texto bíblico. De esa forma, Génesis 3.19 y otros pasajes, donde el pan (a veces en combinación con vino) significa comida en general, algunos traductores han usado «tortillas y frijoles», ya que estos cumplen la función que ejercían «pan y vino» en las culturas y épocas de la Biblia. Sin embargo, aun en esos casos, si la referencia es demasiado conocida (cf. el Padrenuestro: «danos nuestro pan de cada día») quizá no sea posible hacer la sustitución sin que surja resistencia de parte de los lectores que ya conocen que «pan» va en ese texto. Por otro lado, cuando el contexto es literal (Gn 19.3, donde la literalidad de «pan» es obvia por el adjetivo «sin levadura»), la sustitución produciría una especie de anacronismo que atraería la atención y causaría más dificultades que si se explican las diferencias culturales en alguna clase de ayuda.
El tipo de problema mencionado anteriormente se puede volver aún más complejo dentro de la cultura local. En muchas lenguas mayas, por ejemplo, «pan» se puede traducir waj o kaxlan waj. El primer término significa literalmente cualquier cosa hecha de masa, mientras que el segundo significa literalmente «waj del extranjero» («del castellano»), y se refiere al pan dulce de harina que era tan popular en la cultura latina de la región. Waj sería un mejor equivalente dinámico en los casos en que «pan» significa «comida», pero en los casos en que el énfasis es literal, o la referencia se conoce bien, kaxlan waj conservaría el significado de harina (si bien en los tiempos bíblicos se usaba más la cebada que el trigo), y no insertaría el significado de maíz en un tiempo y lugar donde no pertenece. Por el otro lado, el término compuesto no hace referencia al sostén de la vida, sino a un plato especial local. Es tentador sugerir que en casos como estos se tome prestado el término «pan», pero eso lleva a responder que no es necesario, ya que waj y kaxlan waj son términos nativos que abarcan el significado (aunque en este caso, quizá no tan bien).
Conclusión
Hay muchos problemas prácticos a la hora de traducir la Biblia, de los cuales los anteriores son solo unos pocos. La mayoría de los problemas tiene más de una dimensión, y la solución a un problema específico muchas veces implica tomar decisiones subjetivas y cuidadosas entre principios rivales. Un punto clave de este proceso de evaluación son los hablantes nativos del idioma receptor dado, pues ellos pueden descartar rápidamente las opciones que consideren válidas en principio, basados en un registro incorrecto, en una alusión, o en la suposición de que habrá resistencia a la solución por parte de la(s) comunidad(es) a la(s) cual(es) va destinada la traducción. Más de una vez, lo que se consideran buenas soluciones al principio, presentan problemas insuperables después, y a veces hay problemas tan difíciles que uno se pregunta si tendrán solución del todo. Por otro lado, basta darle un vistazo a cualquier traducción moderna, en cualquiera de los idiomas principales del mundo, para convencer a cualquiera de que esforzarse por alcanzar grandes metas produce buenos resultados, aunque estos no sean perfectos.
Lectura recomendada
Beekman, J. y Callow, J. Traduciendo la Palabra de Dios. Trad. del inglés por Marlene Ballena Dávila. Yarinacocha (Perú): Instituto Lingüístico de Verano, 1981.
Margot, Jean-Claude. Traducir sin traicionar. Teoría de la traducción aplicada a los textos bíblicos. Trad. del francés por Rufino Gody. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987.
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Notas y referencias
6 Los principios para evitar palabras tabú pueden ser muy complejos (aunque siempre muestran alguna tensión entre el honor y la vergüenza), como lo refleja la frase «ingeniero de salubridad» en vez del término «conserje», y muchas otras referencias que, aunque correctas, cambian de acuerdo con el grupo y medio en que se empleen.
7 El lector perspicaz notará que, al tratar con eufemismos, estamos en realidad lidiando con no reconocer la identidad distinta de la cultura receptora, y muchas veces también la identidad distinta del texto.