«Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.» (Salmos 84.2)

—¡Mi corazón está que explota de alegría! —decía un muchacho enamorado luego de que su hasta entonces amiga aceptara ser su novia. La felicidad de aquel joven era tal que sentía que su alma no le cabía en el cuerpo. ¡Como si fuera a explotar de gozo!
¡Las cosas que suceden en nuestra alma…!
Lo que pensamos acerca de nuestra vida, lo que estudiamos en la escuela y la universidad, las cosas que aprendemos de la Biblia, los recuerdos de lo que hemos vivido, la música que nos gusta y la que nos desagrada, los nombres de nuestros familiares y amigos…
Dios quiere que disfrutemos de su presencia también en nuestra alma.
El enojo que nos provoca la injusticia, la tranquilidad que sentimos cuando terminamos una prueba, el cariño que despierta nuestra mascota, la tristeza que nos hace llorar por el rechazo, la pasión de amar a otra persona y ser amados…
La decisión de estudiar una determinada carrera, los amigos que seleccionamos, las películas que preferimos ver, el estilo de ropa con que nos vestimos, las palabras que utilizamos al dialogar con los demás, las cosas que decidimos mirar y escuchar, los lugares que nos gusta visitar.
¡Todo tiene que ver con las emociones, el intelecto y la voluntad! ¡Lo que sentimos, pensamos y decidimos!
Dios quiere que disfrutemos de su presencia también en nuestra alma. Quiere que lo amemos con los sentimientos. Desea que pensemos en nuestra fe y lo conozcamos intelectualmente. Anhela que cada uno de nosotros siga sus consejos durante toda la vida.
Nuestra alma fue creada por Dios. ¡Alimentémosla cada día!
Sumérgete: ¿Qué ingresamos en nuestra mente? Cuidemos de manera especial todo lo que ven nuestros ojos y escuchan nuestros oídos. De acuerdo a cómo alimentamos el alma serán nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones.