¿Qué es eso llamado Parábola?

¿Qué es eso llamado «Parábola? — Parte 2

Los relatos son, en términos generales, verosímiles

Verosímil es, según los elementos compositivos de la palabra, lo «semejante» a lo «verdadero». La palabra proviene del latín: veri similis. Se refiere, por tanto a lo «que tiene apariencia de verdadero» y es, por lo mismo, «creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad».1

Por Plutarco Bonilla A.

Lo verosímil no es idéntico a lo verdadero. Aplicado el término a la parábola, no significa que lo que dice el relato sucedió realmente, sino que pudo haber sucedido. Esta verosimilitud hunde sus raíces en otro aspecto fundamental de la parábola que destacamos en el apartado siguiente. Antes, es necesario señalar otro dato importante, vinculado a este carácter de creíble propio de este subgénero literario, pero que parece contradecirlo: Junto a lo verosímil aparece lo insólito, lo inesperado y sorprendente; o sea, que lo que pudo realmente haber ocurrido está mezclado con lo que no pudo, normalmente, haber ocurrido.

Parábolas Parte II

Este hecho se da, de manera particular, cuando el parabolista recurre a otro artificio literario y pedagógico: el uso de la exageración o hipérbole, que busca resaltar y acelerar el efecto deseado. Valgan estos ejemplos: «¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo? (Mt 7.3). Y este otro (Mt 18.23-34), del que transcribimos un texto más extenso:2

  • Por esto, sucede con el reino de los cielos como con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios. Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como aquel funcionario no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo […]. El funcionario se arrodilló delante del rey, y le rogó: “Tenga usted paciencia conmigo y se lo pagaré todo”. Y el rey tuvo compasión de él; así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad.
  • Pero al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: “¡Págame lo que me debes!”. El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Parábolas Parte II

Para entender las verdaderas dimensiones de la hipérbole usada por Jesús, hay que «retrotraducir esta traducción», para cuantificar las deudas respectivas, de acuerdo con lo que literalmente dice el texto. Donde la traducción dice «muchos millones» (v. 24), en griego dice «diez mil talentos». Un talento equivalía a seis mil denarios, por lo que la deuda era de sesenta millones de denarios. Y un denario era el salario de un jornalero. En otras palabras: la deuda era por sesenta millones de salarios diarios, lo que, a su vez, ¡era el salario de poco más de 164 383 años! Si suponemos, por lo alto, que el salario del funcionario era el equivalente de unos treinta jornales, su deuda correspondería a su salario durante casi 5500 años. (¿Habría, en aquel entonces, algún funcionario que tuviera una deuda de tal magnitud? Más difícil todavía: ¿Habrá habido —o habrá— alguien en este mundo que condone semejante deuda!).

Por contraste, la deuda del compañero del funcionario, caracterizada como «una pequeña cantidad» (v. 28), era de cien denarios: el jornal de 100 días, poco menos de tres meses y medio.

Entre ambas deudas no hay punto de comparación, con lo que el parabolista acentúa hasta la exageración lo que quiere comunicar a sus oyentes. Y este es uno de los propósitos del uso de la hipérbole en las parábolas.

En su artículo sobre los géneros literarios,3 y después de comentar que, en la parábola, «la ficción narrativa describe siempre escenas relacionadas con el mundo real de los oyentes», el P. Levoratti destaca que «junto con esos rasgos realistas hay otros elementos que contrastan con la experiencia cotidiana y se desvían de lo ordinario»,4 y pasa luego a poner algunos ejemplos: lo «anormal» del sistema de pago a los jornaleros contratados a diversas horas del día (Mt 20.1-15); los festejos para celebrar el regreso de un hijo que dilapidó su herencia (Lc 15.11-32); el pastor que deja en el desierto 99 ovejas, para ir en busca de la perdida (Lc 15.3-7); el desamparo en que quedan cinco jóvenes, en una boda, por poco previsoras (Mt 25.1-12; y nosotros añadimos el hecho de que las cinco fueron poco previsoras); o el hijo asesinado porque su padre lo envió a cobrar una deuda sabiendo que los deudores ya habían herido y matado a muchos de sus sirvientes (Mc. 12.1-9). Concluye esta sección el P. Levoratti con estas palabras:

  • Estas disonancias entre la trama narrativa de la parábola y la realidad cotidiana revelan la intención narrativa de “extrañar” al oyente y de producir estupor. En el marco de un relato verosímil y cercano a la realidad, surge de pronto algo imprevisto e inaudito. Así estas imágenes cotidianas se trascienden a sí mismas y apuntan al reinado de Dios, haciendo experimentar de algún modo su presencia.5

La verosimilitud de la parábola se fundamenta en la cotidianidad

Con esto queremos decir que los elementos que su utilizan para armar la trama de la parábola están tomados de la vida real y de la experiencia general y cotidiana de la comunidad en cuyo seno se gesta la parábola. Si se analizan con cuidado los relatos mismos en su composición literaria, se verá, sin dificultad alguna, que esos componentes pertenecen a la vida común y, en muchos casos, a lo rutinario de las experiencias comunitarias: ya sea en el hogar (lámpara y almudes; sal; levadura y masa; vestidos y remiendos; monedas que se pierden en casa), en las relaciones familiares (hijos desobedientes o dilapidadores; hijos leales; padres compasivos), en las relaciones sociales (bodas; banquetes; solidaridad; administración de justicia), en el comercio (prestamistas; perlas y tesoros), en las labores agrícolas o ganaderas (siembra; escarda; siega; arrendamiento de un terreno de cultivo; pastoreo), en las relaciones laborales (patronos, obreros y salarios; administradores; estafadores), etc. ¿Quién, en la sociedad de Jesús, no sabía de estas realidades?

Parábolas Parte II

Lo insólito y lo inverosímil de que se habla en la sección anterior se logra por la combinación de elementos verosímiles y sólitos en un tejido narrativo que se sale de esa realidad.

Dos observaciones resultan imprescindibles en este punto. La primera es que lo insólito nunca se logra, en la parábola, por echar mano de lo prodigioso, mágico o milagroso. Y eso la distancia enormemente de la fábula, pues en esta las plantas hablan y tienen reyes y los animales razonan como si fueran seres humanos. En la parábola, al contrario, todo es humano. Aun lo que no es normal cae dentro de la esfera de lo humano. La segunda observación consiste en que esos elementos así conjuntados se elevan, en la parábola, a lo sorpresivo y no agotan en sí mismos, es a saber, en su literalidad, el significado que adquieren en la parábola. De ello tratamos en la siguiente característica.

En la parábola hay un mundo simbólico y un mundo real

Se ha de distinguir, en la parábola, entre el mundo simbólico y el mundo real.

El primero —el mundo simbólico— es el contenido propio de la narración; es decir, la historia misma que se narra, el relato en tanto relato. Esto es muy importante tenerlo en cuenta para evitar la posible confusión con lo que acabamos de decir en la sección anterior.

En efecto, hemos afirmado que los elementos que constituyen la parábola como relato están tomados de la experiencia cotidiana y, por tanto, del mundo real de los seres humanos. Pero, la parábola en tanto relato no está interesada en darnos información de cómo se vivía en la época de Jesús (aunque pueda servirnos para ello), ni está interesada en ofrecernos una narración que pueda entretenernos (lo que significaría que lo verdaderamente importante sería la historia que contiene, como sucede por lo general con el cuento). En la parábola, tal historia se transforma en símbolo. Hay algo más allá de los detalles de las relaciones entre los personajes del relato. Por eso, muchas de las parábolas comienzan con la expresión «el reino de Dios es como», o, simplemente, «es como». Una realidad distinta de la historia narrada en la parábola se compara con esta historia.

Esa «otra realidad» es, en última instancia, el mundo real de la parábola. Es la realidad que, en realidad —permítasenos el juego de palabras—, interesa en última instancia en la parábola. Es el mundo al que apunta «el mundo simbólico».
Tal distinción es la que existe entre lo que se dice (=el símbolo) y lo que se quiere decir (=lo simbolizado).

La parábola demanda respuesta

Lo que se persigue «con este mundo» real es que el oyente de la parábola6 responda a las exigencias que tal mundo pone ante él. Puesto que la parábola no es un mero juego de palabras ni la elaboración de una sencilla trama narrativa que busque la perfección literaria u ofrezca un cierto placer estético al oyente, este no permanece como personaje ajeno a la historia que se desarrolla en el relato. Toda parábola, más implícita que explícitamente, termina con una pregunta. Y a esa pregunta tiene que responder el oyente.

Tal es el sentido de expresiones como «Oigan esto» (Mc 4.3) o «El que tenga oídos para oír, que oiga» (Mc 4.9, 23, NVI) o «Fíjense en lo que oyen» (Mc 4.24). No es una invitación a percibir auditivamente lo que Jesús acaba de decir, sino a responder a las demandas de su palabra.

Parábolas Parte II

Con este conjunto de características con las que hemos querido descubrir cuáles son los componentes indispensables de las parábolas, podríamos aventurar una definición. Sin embargo, al analizar el conjunto de estos relatos en el Nuevo Testamento, y sobre todo en los evangelios sinópticos, percibimos también la reiterada presencia en un buen número de esos relatos de ciertas normas o patrones que se destacan con claridad. Para efectos de nuestro estudio, los hemos denominado las…

«Leyes» de la parábola

No se trata de «leyes» absolutas, en el sentido de que pueden señalarse excepciones. A fin de cuentas, hay una máxima que dice que no hay regla sin excepción. Se trata de patrones que hemos visto repetirse vez tras vez en las parábolas, muy específicamente cuando la naturaleza misma de la narración los requieren.

La ley de la representación

Ya hemos explicado que en la parábola debe hacerse la distinción entre el mundo simbólico —el relato qua relato— y el mundo real.7 Puesto que este género literario es parte del uso de la comparación en el proceso comunicativo, tiene que existir algún tipo de relación entre el mundo real y el simbólico con el cual se lo compara. Si no existiera tal nexo no habría posibilidad de que uno fuera símbolo del otro.

Si no existiera en la mente de los conductores, por señalamiento de la autoridad y luego de un proceso educativo, ninguna relación entre los colores de las luces de los semáforos y las leyes de tránsito, la circulación de vehículos en nuestras ciudades sería del todo imposible.

Otro tanto sucede con la parábola: para que pueda llegarse al mundo real a partir del mundo simbólico, tiene que haber un punto de contacto, un puente, entre ambos. Eso es lo que se implica en las expresiones «es semejante a», «es como» y en la pregunta «¿con qué compararé?».
Este aspecto es fundamental a la hora de interpretar la parábola.

Ley de la economía

La parábola es un relato breve. Las más extensas que encontramos en los evangelios son breves. Las demás son simplemente más breves o brevísimas.

Este hecho se debe a que el narrador no muestra ningún interés en detalles que podrían ser superfluos o aun contraproducentes para lograr los fines que persigue con la parábola, aunque pudieran ser importantes desde otro punto de vista. En efecto, la abundancia de datos que no afectan en nada lo que concierne a la comunicación del mundo real podría, más bien, distraer la atención de los oyentes. Por eso, en la bella sencillez de estos relatos faltan las florituras, la abundancia de adjetivos, los rodeos innecesarios. Por otra parte, algunos de esos datos se dejan a la imaginación del oyente, para que este recree en su mente, mientras oye, lo que va diciendo el parabolista.

Al escuchar o leer alguna de estas parábolas, uno podría hacerse y hacerle una serie de preguntas que no dejan de ser interesantes. En la parábola conocida como del hijo pródigo, ¿qué de la esposa de aquel padre al que el hijo le pidió su herencia? ¿era viudo? ¿divorciado? ¿cuál fue el monto de la herencia que el joven recibió? ¿cómo se llamaba el país en el que dilapidó su herencia? Las respuestas a estas preguntas podrían ser interesantes para satisfacer la curiosidad de los oyentes, pero distraerían su atención y se convertirían en obstáculo para lograr lo que el narrador buscaba.

Esto no obsta para que, en algunas parábolas haya datos que son ornamentales. Cuando los hay, su propósito es acentuar el significado o la importancia del punto en que se encuentran el mundo simbólico y el real.

Ley de oposición o de los contrastes

El proceso enseñanza-aprendizaje resulta más eficaz cuando utiliza como uno de sus recursos el planteamiento de la oposición de elementos que de alguna manera se contraponen entre ellos. Esta oposición puede darse entre objetos materiales, entre personas que se diferencien radicalmente por sus actitudes, por su carácter o por sus acciones, e incluso entre realidades abstractas.

Aunque no se trata de parábolas sino más bien de metáforas, el autor del cuarto evangelio echó mano de este recurso de una manera muy eficaz. Por eso encontramos en ese evangelio una serie casi interminable de «dicotomías» o de pares de conceptos que contrastan entre sí. Sirvan como ejemplo estos: luz y tinieblas (1.5); día y noche (9.4); vida-muerte (5.24); ser de Dios y no ser de Dios (8.47); todo y nada (1.3); subir al cielo-bajar del cielo (3.13); antes y después (1.15); espíritu y carne (6.63); venir de arriba-ser de la tierra (3.31); salvación y perdición (3.16). Y muchos más.

Son frecuentísimos en las parábolas estos contrastes por oposición. Los siguientes están tomados del evangelio de Mateo: luz y tinieblas (6.22-23); Dios y Mamón (6.24); dos puertas contrarias y dos caminos opuestos (7.13-14); dos cimientos distintos (7.24-27); paño nuevo y vestido viejo, y vino nuevo y odre viejo (9.16-17); trigo y cizaña, y el sembrador y el enemigo (13.24-30); en la pesca: se recoge lo bueno y se desecha lo malo (13.47-48); tesoros nuevos y tesoros viejos (13.52); vírgenes prudentes y vírgenes insensatas (25.1-12).

La fuerza comunicativa de estos contrastes juega un papel importante en la misma estructura de las parábolas.

Ley de la unidad y simplicidad de la acción

La trama narrativa de la parábola es, siempre, muy sencilla y lineal. La acción es una: No hay, aparte de la acción principal, acciones paralelas a ella, por lo que se evitan las complicaciones. En este sentido, la parábola se distingue radicalmente de las telenovelas contemporáneas, en las que surgen, como si fueran historias independientes, varios relatos simultáneos que, poco a poco, van «enredándose» unos con otros, hasta que al final se aclaran las relaciones entre todos ellos.

La parábola, al contrario, tiene un principio, una trama con su conflicto por resolver y un fin, sin nada entre ellos que distraiga o perturbe la atención de aquellos a quienes va dirigida. A veces, la solución completa está implícita, como a la espera de que sea el oyente quien le dé sus peculiaridades específicas.

La simplicidad de la parábola se muestra también en el hecho de que nunca aparecen más de tres personajes en la narración. En algunas parábolas se alude a otros personajes, pero en términos tan generales, relegados a un segundo o tercer plano, que no inciden significativamente en la trama misma. O se forman conjuntos o núcleos y actúan cada uno de ellos como una persona. Así sucede, por ejemplo, con la parábola de las diez vírgenes (Mt 25.1-13). Ellas no actúan individualmente, sino como dos grupos: las cinco despreocupadas y las cinco previsoras.

Ítem más: Cuando en la narración intervienen más de tres personajes, nunca actúan al mismo tiempo más de dos. Cuando actúan los tres, lo hacen consecutiva y no concomitantemente. Analícese la parábola conocida como «El hijo pródigo» y se verá cómo opera este principio: los diálogos que se generan son entre dos personas solamente (hijo menor y padre; padre e hijo mayor).

Ley de la tríada

La característica —o ley— que acabamos de explicar, en relación con el «máximo» número de personajes que intervienen en las parábolas, se extiende a otros elementos de este tipo de relatos en los evangelios del Nuevo Testamento.

Es interesante destacar que, con frecuencia, el número tres aparece en las narraciones, cuentos o chistes populares. Recordamos las que oíamos en nuestra niñez: de nacionalidades (un alemán, un inglés y un español; o un inglés, un francés y un español); de personas con limitaciones físicas (un ciego, un sordo y un mudo; o tres ciegos que analizan a un elefante); de grupos de personas (un español, dos españoles, tres españoles); de estudiantes (dos estudiantes de medicina y un supuesto paciente); de relaciones familiares (los tres hermanos; una madre y sus tres hijos); de animalitos (los tres cerditos); etc.

De hecho, el ser humano ha tenido siempre fascinación por el número tres, que, en muchas culturas, es número sagrado, símbolo de la perfección. Para explicar la doctrina cristiana de la Trinidad, algunos escritores han usado el ejemplo del huevo (cáscara, clara y yema) o del árbol (raíz, tronco, ramas).

Parábolas Parte II
Probablemente se trate, en términos generales, de un recurso mnemotécnico, para recordar con mayor facilidad lo que deseamos que se retenga en la memoria.

Es recurso que encontramos también en las parábolas, aplicado a los diversos elementos que la componen. Así tenemos:

a) de personas: un sacerdote, un levita, un samaritano (Lc 10.29-37); Un hombre y sus dos hijos (Mt 21.28-32; Lc 15.11-32); un prestamista y dos deudores (Lc 7.41-42); el rey, el funcionario y el compañero de este (Mt 18.23-35).
b) de un elemento material: la sal que ha perdido su sabor (que no sirve para nada; se la tira a la calle; y la gente la pisotea: Mt 5.13)
c) de fenómenos de la naturaleza: lluvias, ríos, vientos (Mt 7.24-27).
d) de la agricultura: tres tipos de terrenos en los que la semilla no da fruto (en el camino, entre piedras, entre espinos; y del que sí produce se dice que la semilla cayó en él, creció y dio buena cosecha: Mc 4.3-9).
e) de elementos mixtos: polilla, moho y ladrones (Mt 6.19-21).
f) de medidas: las tres medidas de harina (Mt 13.33).
g) combinación de tríadas. En la parábola del banquete de bodas (Mt 22.1-14) tenemos esta situación: el rey envía tres delegaciones con la invitación (a sus criados [v. 3], luego a «otros criados» [v. 4] y, por último, a «los criados» [v. 9]). Por otra parte, los invitados no quisieron asistir ni hicieron caso (v. 3, 5) y uno se fue a sus terrenos (v. 5), otro a sus negocios (v. 5) y los otros mataron a los criados del segundo grupo (v. 6).

Surge entonces la pregunta: ¿Tiene algún significado particular este uso del tres? Creemos que no, aparte de su valor mnemotécnico y de ser un recuso propio de este tipo de relatos. A este respecto hay un caso muy iluminador: la parábola de las minas (Lc 19.12-27).

Dice dicha parábola que un noble iba de viaje a recibir su reino. Llamó entonces a diez de sus empleados (i.e., esclavos de confianza a quienes sus amos encargaban la administración de sus bienes) y le entregó a cada uno diez minas.8 Partió, fue nombrado rey y regresó. Luego volvió a llamar a sus empleados para que rindieran cuentas de su administración. Pero, ¡sorpresa! Aunque entregó sus bienes a diez, el evangelista dice que se presentaron ante el rey el primero (v. 16), el segundo (v. 18) y el tercero (a quien denomina «el otro»: v. 20). O sea, solo llamó a tres. ¿Y los otros siete? Es obvio que los tres representan a los diez, y así no era necesario repetir lo mismo en cada caso. Repetirlo habría sido incluir datos innecesarios, que aburrirían a los oyentes y estropearían la historia.

Ley del clímax

En la parábola, el relato va a cumulando fuerzas hasta llegar a un momento culminante de la acción que lleva al desenlace. El clímax puede estar explícitamente presente, incluso por medio de un artificio literario, como, por ejemplo, el uso de la hipérbole o la aparición en el relato de un dato insólito dejado para cerca del final. Al hablar de aquella parte de la semilla que cayó en buena tierra y produjo una cosecha tal que cada espiga dio cien granos por semilla, el cardenal Carlos María Martini dice: «Hay una exageración en la parábola, y en donde hay una exageración está el punto principal, la palanca en la que se quiere hacer fuerza»,9 el nudo de la acción.

En otros casos, ese momento climático puede quedar «colgando en el aire», como con una pregunta a la que no se le da respuesta. Pero esta es obvia.

El desenlace mismo es muy variado en las parábolas. A veces, como en la del hijo pródigo, queda en suspenso lo que hace el hijo mayor después de la reconvención de su padre. ¿Se incorporó a la fiesta? ¿Optó por seguir refunfuñando? La parábola no lo dice.

Y no lo dice porque, en última instancia, son los oyentes (Lc 15.2) —con sus críticas y juicios condenatorios— los que tienen que decidir cómo va a terminar, en sus propias vidas, esa parábola.

Esto nos lleva a otra ley fundamental.

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Notas y referencias

1 Las dos definiciones últimas están tomadas del DRAE, s.v. «verosímil». Los diccionarios registran también «verisímil», pero esta palabra prácticamente ya no se usa.

2 Las citas bíblicas en este capítulo son de la VPEE, a menos que se indique lo contrario.

3 Para este aspecto en particular véase el punto siguiente en nuestro estudio.

4 Armando Levoratti, «Los géneros literarios» (segunda parte) en Traducción de la Biblia, vol. 7, Nº 2, II semestre de 1997 (Miami: Sociedades Bíblicas Unidas): 7-8 (esta segunda parte abarca las páginas 3-12. La primera parte se publicó en el número anterior [vol. 7, Nº 1, I semestre de 1997]: 3-21.)

5 Loc. cit., p. 7.

6 Decimos «oyente de la parábola» porque esta fue originalmente enseñada a viva voz. Hoy tendríamos que añadir «o lector». No lo hemos hecho así en el texto para que este no resulte pesado.

7 Véase lo dicho en el punto 5, bajo «Características de la parábola».

8 La VPEE traduce las palabras griegas devka mna'» (=diez minas) por «una gran cantidad de dinero». Véase también la NVI: «una buena cantidad de dinero». Una mina equivalía a cien dracmas: el salario de unos tres meses de un jornalero.
9 Op. cit., p. 57.

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