Ley de referencia al oyente
El relato se narra teniendo en mente al oyente. Siempre está orientado hacia este.1 El parabolista no cuenta una historia que es ajena a quienes están a su alrededor escuchándolo. Todo lo contrario, su intención es «meter» a sus oyentes dentro de esa misma historia, como si ellos mismos fueran los personajes que van actuando lo que él está contando. Es como si en ellos el mundo simbólico se hiciera realidad, manteniendo su carácter simbólico, para que pudieran captar así la profundidad de significado del mundo real.
Por Plutarco Bonilla A.
Dicho con otras palabras, la parábola busca poner en la encrucijada a los oyentes, exigiéndoles tomar posición frente a lo que el relato dice (por ejemplo, identificándose con unos personajes o contra otros, o reaccionando a favor o en contra de situaciones que se dan), de tal manera que, al final, tomen decisiones que habrán de afectar el resto de sus vidas. Esto es posible porque lo que han oído no queda encerrado dentro del relato mismo, sino que lo trasciende en lo que Martini ha llamado «una verdad más alta»: «Toda parábola, al decir una cosa, debe afirmar una más alta, dar un salto de abajo hacia arriba, y esta es su fuerza».2
Dos parábolas, una del Antiguo Testamento y otra de los evangelios, son particularmente iluminadoras al destacar este aspecto:
a) La parábola que el profeta Natán le cuenta a David (2 S 12.1-4) logra de tal manera «meter» al Rey en el relato que, sin que se percatara de ello, se condena a sí mismo con sus propias palabras. Dice así el relato:
En una ciudad había dos hombres. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía gran cantidad de ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una ovejita que había comprado. Y él mismo la crió, y la ovejita creció en compañía suya y de sus hijos: comía de su misma comida, bebía de su mismo vaso y dormía en su pecho. ¡Aquel hombre la quería como a una hija!
Un día, un viajero llegó a visitar al hombre rico; pero este no quiso tomar ninguna de sus ovejas o vacas para preparar comida a su visitante, sino que le quitó al hombre pobre su ovejita y la preparó para dársela al que había llegado.

David ha oído la parábola como si Natán le hubiera estado contando una historia literalmente real. Frente a la injusticia que en ella se narraba, el Rey exclama enfurecido: «¡Te juro por Dios que quien ha hecho tal cosa merece la muerte!». Y, con un increíble arrojo, responde el Profeta: «¡Tú eres ese hombre!». (Véase la reacción del Rey y el diálogo con el Profeta en los vv. 7-14).
b) La parábola del Nuevo Testamento está en el contexto de una comida: Simón el fariseo ha invitado a Jesús y a otros amigos para cenar en su casa. Al percibir la actitud de desprecio que Simón asume frente a la mujer que había venido a llorar a los pies de Jesús, este pide permiso para contar algo. Concedida la anuencia, dice el Señor:
Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y como no le podían pagar, el prestamista les perdonó la deuda a los dos. (Lc 7.41-42a)
Esta es una de las parábolas en la que el relato parece quedar en suspenso. El oyente queda con una incógnita: ¿Y qué? ¿Qué paso después del perdón?3 Por eso, Jesús se vuelve hacia Simón y le hace una pregunta que tiene que ver con lo que habría sucedido después del relato, si este hubiera continuado: «Ahora dime, ¿cuál de ellos le amará más?» (v. 42b).
Simón, a quien va dirigida la pregunta, contesta sin vacilación: «Me parece que el hombre a quien más le perdonó» (v. 43). Y en esa respuesta estuvo su propia condenación, que le gana una clara reprimenda de parte de Jesús (vv. 44-46).
Estas dos parábolas ilustran a la perfección la intención de Jesús de convertir a sus oyentes en parte del relato, para, luego, salir de este y aplicar la lección a sus propias vidas, ya sea en sus relaciones con Dios, con el propio Jesús o con sus semejantes (vv. 48-50).
Ley del punto de contacto
Cuando uno estudia una parábola, ¿habrá de encontrarle a cada uno de los elementos que la conforman un significado en lo que hemos denominado «el mundo real»? ¿Son símbolos, y de manera independiente, todos los detalles? Tomemos, para efectos de ilustrar el sentido de estas cuestiones, la parábola del buen samaritano.
El hombre que fue asaltado y los otros personajes de la trama (los ladrones, el sacerdote y el levita, el samaritano, el dueño del alojamiento), el camino, las heridas, el aceite y el vino, las vendas, el alojamiento, las monedas, ¿tiene cada una de estas partes constitutivas del relato un significado propio? ¿Acaso también la cabalgadura?
Interpretaciones ha habido que han tomado ese camino. Pero ello significa confundir, y de manera exagerada, la parábola con la alegoría.
En la parábola se establece un punto de contacto entre el relato mismo y aquello a lo que el relato apunta, o sea, lo que el parabolista quiere enseñar a sus oyentes. Todo lo demás, en el relato mismo, está subordinado a ello. Y datos habrá que carecen en absoluto de significado trascendente4 y están ahí como complemento necesario del relato mismo, para completar o redondear el símbolo o acentuar la importancia de ese punto de contacto.5
Notas para la interpretación de las parábolas
Un problema fundamental se le presenta al intérprete de las parábolas: ¿Cuál fue el contexto real en el que cada parábola se contó por primera vez? El contexto en que aparecen en los escritos de los evangelios, ¿fue el original? Es más, las parábolas que tenemos registradas en el Nuevo Testamento, ¿son, al pie de la letra, las mismas que dijo Jesús o fueron modificadas en el período que va desde que fueron expuestas oralmente hasta que se escribieron?

Los especialistas se han ocupado de estas y otras cuestiones similares, y han asumido muy diversas respuestas. Algunos hechos parecen indiscutidos. Estos se hacen patentes al comparar unas mismas parábolas en sus diversas versiones en los evangelios:
a) Durante el lapso que transcurrió entre la muerte de nuestro Señor y la puesta por escrito de las parábolas, en la forma como las tenemos hoy en los evangelios sinópticos, transcurrieron bastantes años. En ese tiempo, los discípulos de Jesús que ejercían funciones de liderazgo en las comunidades cristianas —pastores, maestros, evangelistas, doctores— utilizaron sin duda las parábolas en el ejercicio de sus ministerios. Tal uso debió darse en contextos diferentes, que se hacían cada vez más disímiles según el cristianismo iba expandiéndose y alcanzando nuevos pueblos. ¿Hubo adaptación de las parábolas «originales» a las nuevas situaciones a las que esos dirigentes debían de hacer frente? Consideramos que tuvo que ser así necesariamente. Y ello debe reflejarse en la redacción que quedó plasmada en los relatos tal como los tenemos hoy.
b) Esto significa que el contexto «original» de muchas parábolas se ha perdido. Ha habido intentos de reconstrucción, por parte de algunos eruditos, para tratar de encontrar las mismísimas palabras de Jesús.6 Pero, sin negar los aportes que esta investigación ha producido, especialmente respecto de la comprensión del mundo antiguo, en la Palestina del siglo I, los frutos en este campo específico no han sido del todo alentadores.7
c) Por lo anterior, también creemos que el contexto literario escogido por el redactor final del texto es significativo y debe ser seriamente tomado en cuenta. Hay parábolas o dichos parabólicos que fueron conservados y usados por los cristianos, pero en el proceso de transmisión no se conservó el marco original que les dio origen. Tenemos que preguntarnos, entonces, por qué el evangelista los colocó precisamente en el contexto en que se insertan en los evangelios. Tal sucede, por ejemplo, con la pequeñísima parábola de los remiendos y los vestidos, y los vinos y los odres.8
Ofrecemos a continuación algunos pasos que hay que dar para la correcta interpretación de las parábolas. Nos detendremos principalmente en lo que hemos llamado el «mundo simbólico». Una vez escogida la parábola que va a estudiarse y después de leerla repetidamente para familiarizarse con su contenido, sugerimos que se proceda así:
Análisis del contexto inmediato
Puede plantearse este análisis a base de preguntas, como estas: ¿Cuál es el contexto inmediato en el que aparece esta parábola? (O sea: en el texto del evangelio, ¿qué hay antes y qué después de este relato?). ¿A quién o a quiénes dirige Jesús la parábola? ¿Qué tipo de personas eran? ¿Dice el texto cuáles eran sus intenciones? ¿Por qué se la cuenta? ¿Cuál fue la ocasión?
Por no prestar la debida atención a este aspecto, suelen escucharse interpretaciones de las parábolas que dan respuestas a problemas muy distintos de los que el propio texto dice, directa o indirectamente, que busca responder. Un ejemplo resulta de meridiana claridad: mucho se ha escrito y mucho se ha predicado sobre las parábolas de Lucas 15 sin que se haga referencia a los versículos 1-2, que registran las críticas que le hacen a Jesús y a las cuales él responde con esos relatos.
Puede suceder también —lo que debería considerarse como parte de lo inesperado—que el texto arranque con una pregunta y luego la parábola le da vuelta a esa pregunta, transformándola al dar la respuesta. En la parábola del buen samaritano, el punto de partida es la pregunta del maestro de la ley: «¿Y quién es mi prójimo?» (16.29b). La conclusión a la que se llega, con base en la parábola, es que la pregunta está mal formulada, quizá debido a incomprensión respecto de qué sea la «projimidad». El «Pues ve y haz tú lo mismo» (v. 37b) indica que la pregunta que hay que hacerse es esta: «¿De quién debo yo hacerme prójimo?».

Análisis del relato en cuanto relato
Se busca en este análisis lograr una cabal comprensión de todos los detalles que forman parte de la parábola. No puede darse por sentado que, por conocer el lector una determinada situación que se da en el mundo actual, ya conoce una situación similar propia de los tiempos de Jesús. Por ejemplo, a partir de nuestros conocimientos de los países en que actualmente existen reyes, el comienzo de la parábola de las minas puede resultar totalmente extraño o absurdo: «Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir un reino y volver» (Lc 19.12, RVR-95). Pareciera que ese hombre va a reinar en un país, pero recibirá su reino (es decir, será coronado como rey) en otro. Eso no es propio de las monarquías actuales. Pero sí era lo que sucedía en la época de Jesús, en los territorios sometidos al Imperio romano: del emperador, y en Roma, se recibía la autoridad para gobernar como rey en los países asignados.
En la parábola del sembrador (Mc 4.3-8), ¿por qué una parte de la semilla cayó junto al camino o en los zarzales? ¿Descuido del sembrador? ¿Cómo se sembraba en aquellos tiempos?
¿Quiénes eran los samaritanos? ¿Qué función ejercían los levitas? ¿Y los sacerdotes? ¿Por qué ambos «dieron un rodeo y siguieron adelante»? (Lc 10.30-35).
¿Qué era el «cajón» que no debía cubrir la lámpara que se encendía en casa?9 ¿Por qué la gente ha de pisotear la sal que se ha vuelto insípida? ¿Hay alguna razón por la que se mencionen la sal y la luz en un mismo pasaje? (Mt 5.13-15).
- Este texto (Mt5.15) plantea un interesante problema de traducción. La palabra «cajón» vierte una palabra griega (μόδιον) que en versiones anteriores se trasladaba por «almud» (Unidad de medida de áridos y a veces de líquidos … DRAE) o «celemín» (Medida de capacidad para áridos … DRAE). Por «almud» tradujeron, entre otras, la Reina-Valera, desde Reina hasta la revisión de 1960.
En fin, el estudiante ha de bombardear el texto con preguntas que busquen aclarar los detalles. Pero deben ser preguntas significativas y que tomen en cuenta el mundo de aquella época.
Atención al lenguaje figurado
La hipérbole no es la única forma de lenguaje simbólico que aparece en la parábola. Abundan las metáforas. La ironía no es infrecuente. Comparaciones hay de muy diversos tipos. El estudiante de las parábolas tiene que estar atento a todas estas formas, pues no pueden interpretarse literalmente.
La presencia de la ironía plantea, casi siempre, un problema. De ordinario, en el lenguaje oral resulta fácil discernir cuando determinada expresión es irónica. Aunque no siempre es así, el tono de la voz, los gestos y la mímica, alguna palabra intercalada, pueden orientar al interlocutor respecto de la naturaleza irónica de lo que se le dice. Pero esos elementos, o casi todos, desaparecen en el texto escrito. Con frecuencia nos hemos preguntado si las dificultades que surgen en la interpretación de ciertos textos, incluidas algunas parábolas, no se deben a que somos incapaces de percibir ironía en las palabras de Jesús. ¿No será eso lo que sucede con la parábola del mayordomo infiel, en Lucas 16.1-8 y las subsiguientes palabras del Señor?
Búsqueda de lo insólito
Ya señalamos que la verosimilitud de la parábola no descarta la introducción de lo inverosímil y sorpresivo.10 El empleo de este recurso narrativo, que puede asumir varias formas, tiene como propósito destacar algún aspecto significativo del relato.
La hipérbole es artificio frecuente en la búsqueda de este fin.11 Pero no es el único. En otros casos toma la forma de actuaciones o conductas que no son ni comunes ni esperadas, como el pago de un trabajo no por las horas laboradas sino por día completo, aunque la jornada haya sido mínima. A veces, lo sorprendente no es tanto la conducta en sí, sino las características de la persona que se comporta de determinada manera, o sea, la intervención de un personaje inesperado. Tal es el caso del samaritano de la consabida parábola.
En esta, lo insólito se monta sobre lo insólito: no solo aparece un personaje extraño en aquel contexto sociorreligioso, cuya introducción en el relato debió dejar boquiabiertos a los oyentes, sino que, para remachar, en el colofón de la historia, Jesús lo pone como modelo ante, nada menos, que un doctor de la ley. Podemos imaginarnos la escena en que Jesús le dice al maestro que tiene que comportarse como alguien que, para él, no era más que un despreciado samaritano. (Esto es semejante a lo que también dijo Jesús a los «jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos» [Mt 21.23]: «Les aseguro que los que cobran impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos» [v. 31b]).

Lo insólito —por cualquier razón que sea— es muy frecuente, pero no se encuentra en cada parábola. Sin embargo, cuando está presente se convierte en una pista muy importante a la que hay que prestar atención en el proceso interpretativo. Las preguntas que debemos hacernos nos parecen obvias: ¿Por qué se usa aquí ese recurso? ¿Cuál es su función? ¿Qué quiso acentuar el parabolista? Las respuestas que se den son parte esencial del núcleo de la interpretación.
Lectura «sensual» del texto
Llegado a este punto, con toda la información que se haya acumulado, debe releerse la historia aplicando a ella todos los sentidos de que disponemos, y no solo el de la vista sobre el papel que contiene la narración. Es a eso a lo que llamamos «lectura sensual»: vea a los diferentes personajes por lo que son, y no a un joven o niño como si fuera un viejo, ni viceversa; oiga los diferentes timbres de voces, según sean de hombre o de mujer, de persona mayor o de mozo; oiga también las diferentes tonalidades, según el estado de ánimo de quien habla. Sienta el toque, cuando de tocar se trate. Vea y huela lo que se sirve en los banquetes y experimente las emociones de los personajes: la alegría de las fiestas de bodas o la profunda tristeza en presencia de algún desastre; el enojo cuando se cometen injusticias o la satisfacción del deber cumplido. Todo esto se encuentra en las parábolas del evangelio, porque, como ya se indicó, lo que dicen las parábolas ha sido arrancado de la vida real.
En otras palabras: métase en la historia, vívala como si fuera parte de ella o recréela como si fuera un testigo presencial que narra lo que vio.
Descubrimiento del contacto
Hasta ahora nos hemos detenido en la trama misma de la narrativa. Si ahí acabara todo no estaríamos en presencia de una parábola sino de un cuento cortísimo. Breve, interesante, sorprendente, entretenido, quizá. Pero nada más. Lo que hace a la parábola parábola es el «plus ultra», lo que está «más allá» de esa trama.
Un poeta dijo que la poesía es lo que queda de un poema cuando se han olvidado las palabras. Remedándolo, añadiríamos que una parábola es lo que queda de un relato cuando se ha olvidado la trama.
Para ello es necesario descubrir cuáles son los puntos de contacto entre el relato (o sea, el mundo simbólico) y lo que quiere enseñar quien lo cuenta (a saber, el mundo real). Y para lograrlo hay que responder a las preguntas del porqué y del para qué: ¿Por qué contó Jesús la parábola que se está estudiando? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué la provocó? ¿Qué preguntas o cuáles críticas le lanzaron? Hay que prestar atención, además, a los datos internos de la narración que puedan arrojar luz. Porque la parábola no se dice porque sí.
Con frecuencia, la información que pedimos está dada en el contexto del relato. A veces, explícitamente. En otras ocasiones, de manera implícita. Y hay casos en los que no aparece del todo. En estos, lo que corresponde es analizar las posibles relaciones con el contexto literario inmediato, para desentrañar el significado.
Aquí juega un papel importante la manera como se resuelve la trama en la misma narración. A veces, el final es claro, según la misma historia. En otras ocasiones, hay muchas preguntas que quedan pendientes. En el caso de la parábola de los talentos (Mt 25.14-30), es claro, a pesar del dicho enigmático sobre los que tienen y los que no tienen (v. 29). Sucede lo mismo con la parábola de la dracma perdida. Pero en otros casos, no. La parábola del hijo pródigo deja unas cuantas preguntas sin responder. Hasta podría decirse que le falta el final.
En todo caso, siempre queda un último elemento, también indispensable: el desafío que la parábola le presenta al oyente. Al igual que lo que acabamos de decir, tal desafío a veces es manifiesto, y el Señor lo añade al relato mismo, invitando a los oyentes a completarlo: «¿Cuál de ellos le amará más?» (Lc 7.42); «Pues ve y haz tú lo mismo» (Lc 10.37). Pero hay ocasiones en que no es necesario decir nada más: «Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley quisieron arrestar a Jesús en aquel mismo momento, porque comprendieron que al decir esta parábola se refería a ellos» (Lc 20.19. La parábola va desde el v. 9 hasta el 15).
El salto
Y queda una tarea todavía por realizar: responder a la pregunta acerca del significado de esa palabra para la comunidad cristiana y para quienes no son parte de ella en el mundo en el que vivimos actualmente.
El salto de un texto y una forma literaria del siglo I hasta el mundo del siglo XXI es la verdadera culminación del trabajo hermenéutico: ¿Qué nos enseñan a nosotros las parábolas que encontramos en los evangelios?
Para responder a esta pregunta hay que repetir el proceso, pero tratando de entender el mundo de nuestros tiempos para buscar luego los puntos de contacto con el mundo real de la parábola.
Apunte final
Hemos utilizado muy poco la palabra «enseñanza» y nunca con el significado de la «enseñanza de las parábolas (o de una parábola en particular)». La hemos rehuido a propósito, no porque sea errónea, sino para no dejar la impresión —que a nuestro entender sería falsa— de que Jesús enseñó verdades abstractas, dogmas o doctrinas, por medio de las parábolas. El conjunto de las parábolas no constituye un tratado de dogmática. Más que con el mundo de las abstracciones teológicas, las parábolas tienen que ver con el mundo de los seres humanos y su entramado de relaciones.
Ítem más: la parábola no es meramente un atractivo recurso metodológico. Su verdadero sentido está en el hecho de que en ella se unen indisolublemente la palabra (es decir, el hecho literario de la parábola como relato) y la acción (o sea, el contenido mismo de ese relato que siempre incluye alguna actividad, pues es una «historia»). De esta manera, la parábola refleja dramáticamente el ministerio de nuestro Señor en su propia naturaleza, y en ella se vinculan dos realidades: la de la Palabra que es Jesús y la de la palabra que él pronuncia.
Indicábamos que las parábolas atañen a los seres humanos y al complejo de relaciones del que estos están constituidos. Primerísima entre esas relaciones está la relación con Dios. Y como el segundo mandamiento es semejante al primero, le sigue la que tiene que ver con el prójimo, porque «en el amor se cumple perfectamente la ley» (Ro 13.10). Incluye también la relación con la naturaleza, animales y plantas por igual, y con la tierra misma. No podía ser menos, ya que las parábolas del evangelio se nos dan en una sociedad agrícola y ganadera, en la que no faltan, por supuesto, comerciantes y prestamistas.
¿Cómo ha de ser ese conjunto de relaciones y todas las exigencias y oportunidades que ellas representan? Lo señalan las parábolas. Por eso, gran número de ellas se refiere al reinado (reino) de Dios. No son simples historias moralizantes. Son relatos que hablan de la irrupción de Dios en todos los estratos de la vida humana, personal y social. De ahí que no debe resultarnos extraño que las parábolas hayan tenido diferentes auditorios. Unas iban dirigidas principalmente a una sola persona (el buen samaritano: Lc 10.29-30; los dos deudores: Lc. 7.40). Otras, a grupos de personas muy diversos, como el de los jefes de los sacerdotes y los ancianos (los labradores malvados: Mt 21.23 y 33), el de fariseos y maestros de la ley (Lc 15.2-3) o el de los discípulos del propio Jesús (la oveja perdida: Mt 18.1, 12). También tenemos parábolas dirigidas a la multitud, a «mucha gente» (el sembrador: Lc 8.4). Todos están dentro del campo de influencia de las parábolas, pues a todos van dirigidas.
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Bibliografía
Nota: En esta bibliografía hemos incluido solo libros en castellano, con la única excepción de tres obras de consulta, cuyos artículos sobre el tema de las parábolas son muy valiosos.
Versiones de la Biblia mencionadas
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1960 | Reina-Valera, revisión de 1960 |
1995 | Reina-Valera, revisión de 1995 |
1999 | Nueva versión internacional |
1953 | Versión Hispanoamericana (solo Nuevo Testamento) |
1998 | Nueva Biblia de Jerusalén |
1992 [6] | El libro del pueblo de Dios |
1992 | La Biblia (Madrid: La Casa de la Biblia) |
1958 [7] | Petisco-Torres Amat |
1969 | Straubinger [Original, al parecer, de 1950. Usamos la edición de 1975] |
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1979 [2] | Cantera-Iglesias |
1997 [2] | Biblia del peregrino |
1994 [4] | Versión de los profesores de la Facultad de teología de la Universidad de Navarra |
2000 | Biblia en lenguaje sencillo (Nuevo Testamento y Salmos) |
1973 | La Bible (traducción de E. Osty) |
1997 | H Agiva Grafhv (traducción al griego moderno) |
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Cruz, Antonio
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1989 Al calor de las parábolas. Madrid: PPC-Acanto
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1967 Parábolas. Zaragoza: Editorial Hechos y dichos
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1985 Parábolas rabínicas. Colección Documentos en torno a la Biblia, Nº 12. Estela: Editorial Verbo Divino
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1971 Nuestra actualidad en 65 parábolas. Bilbao: Desclée de Brower
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1949 El libro de las parábolas. Madrid: Ediciones Stvdivm de cultura
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1987 Notas sobre las parábolas de nuestro Señor. Grand Rapids: TELL [Original en inglés de 1948]
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Muchas gracias, bendiciones a montones…