«Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.» (Hebreos 10.23)
¡Qué fácil es perder la esperanza! ¡Hay tantas razones para creer que todo está perdido!
El hambre y la desnutrición que matan a miles de niños cada día, las peleas y las guerras, las crisis económicas, el orgullo de quienes desean imponer su poder sobre los demás, las cosas que nunca se resuelven, las enfermedades que todavía no tienen cura, la falsedad de los que aparentan ser buenos y no lo son. Motivos y más motivos para creer que es imposible un mundo mejor.

Pero sea cual fuere la situación que en estos momentos angustia nuestro corazón, Jesús se acerca y nos anima a mantener la confianza en Dios. ¡Él es nuestra esperanza!
Dios, nuestro Padre, está junto a nosotros y conoce nuestro sufrimiento. Está cuando lloramos en soledad porque alguien nos ha herido, cuando nos indignamos frente a las injusticias de la vida, cuando intentamos sin éxito que nuestra familia permanezca unida. Y nos dice: «No pierdas la esperanza.»
Porque tener esperanza es creer que puede ser realidad lo que todavía parece imposible. Es confiar en Dios a pesar de que hoy no podamos ver una salida ni una pronta solución para lo que nos preocupa. ¡Es tener fe en sus promesas y creer que las cumplirá!
Sumérgete: Pidámosle a Dios que nos ayude a crecer en la fe. Leamos la Biblia y tratemos de memorizar sus promesas. ¡Recordémoslas en esos momentos en los que todo parece oscuro!
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