¿Qué pasa con la gente buena?

¿Qué pasa con la gente buena?

Con respecto a la salvación, la Biblia es clara. Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14.6). Jesús es el único camino al Padre, y quien quiera resolver su situación con Dios debe hacerlo a través de su Hijo, Jesucristo. No hay otra manera. No hay otro camino.

Ahora bien. Muchas veces, nos encontramos con personas que nos dicen algo como: «Yo entiendo que la gente mala como —y nos dan algún nombre— vaya al infierno, pero ¿qué pasa con la gente buena que no aceptó o no comprendió el evangelio? ¿Van a ir al infierno también? ¿Es justo eso?».

Es una pregunta válida, que debemos considerar con respeto. Veamos. ¿Qué dice la Biblia?

Lo primero que viene a nuestra mente son las palabras de Pablo en su carta a los Romanos, que dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3.23). Aquí la Biblia nos dice que todos hemos pecado; todos. No hace ninguna distinción entre buenos y malos.

Ya lo decía David mil años antes de Pablo: «Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Salmos 14.3)

Por otro lado, el mismo Señor Jesús, cuando un hombre rico le preguntó sobre la salvación, comenzó su conversación con el Señor, diciendo: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Y Jesús le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, solo Dios» (Lucas 18.18-19).

Aquí parece haber una diferencia entre lo que nosotros consideramos bueno y lo que Dios considera bueno.

¿Cómo conciliamos esta verdad bíblica con las declaraciones de la gente respecto a la «gente buena»? ¿No cuenta para nada que las personas se comporten con bondad? ¿Que ayuden a los demás? ¿Que se preocupen por la familia y los vecinos? ¿Que traten de no hacerle daño a nadie? ¡Claro que cuenta!, pero no para salvación. ¿Es imposible que el inconverso pueda hacer algo bueno? La respuesta a esa pregunta dependerá de los parámetros que utilicemos para responderla. Si lo miramos desde la perspectiva humana, podemos decir que hay personas buenas, que hacen cosas buenas, pero si lo miramos desde la perspectiva divina es claro que «no hay quien haga lo bueno». ¿Por qué las «cosas buenas» que hagamos no cuentan para la salvación? Porque cuando miramos esas «cosas buenas» desde la perspectiva de Dios, evidentemente no «alcanzan». ¡Para Dios no hay quien haga lo bueno! Dios evalúa nuestras obras desde su perspectiva y tiene en cuenta —al menos— tres elementos. 

El primer elemento es ver si lo que hacemos responde a los mandamientos dados en las Escrituras. Violar dichos mandamientos es, sin duda alguna, un pecado. El Señor Jesús, cuando alguien le preguntó «¿qué debo hacer para ser salvo?», respondió: «[ama] al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… y a tu prójimo como a ti mismo». Es decir, para ver qué tan buena es una acción no debemos mirar a lo que hace… no debemos sopesarlo solo con los Diez Mandamientos, sino más bien con 1 Corintios 13. Para alcanzar eso debidamente, es necesario que usemos cada segundo de nuestra vida amando a Dios y a nuestro prójimo de esa manera, lo cual es completamente imposible. ¡Solo Cristo es capaz de un amor así!

El segundo elemento es «por qué» hacemos lo que hacemos; es decir, cuál es nuestra motivación. Otra vez, la Palabra arroja luz sobre este particular; Pablo escribió a la iglesia de Corinto y les dijo: «Si ustedes comen o beben, o hacen alguna otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10.31). El propósito de todo lo que hagamos debe ser hecho para la gloria de Dios. Por eso, Pablo nos dice que pecar es estar «destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3.23). Si cada vez que hacemos algo «bueno» no consideramos como debiéramos el nombre y la gloria de Dios, desde la perspectiva de Dios no hemos hecho nada «bueno». Otra vez, solo Cristo es capaz de vivir permanentemente para la gloria de Dios.

El tercer elemento que Dios tiene en cuenta es que cuando hagamos algo, lo hagamos en completa dependencia de Cristo, «permaneciendo en él». Para que nuestras acciones sean calificadas como buenas por parte de Dios deben ser hechas por Cristo a través de nosotros. ¿Por qué? Porque, como dijo Jesús, «separados de mí ustedes nada pueden hacer» (Juan 15.5). 

Es claro, entonces, que, desde la perspectiva de Dios, para hacer algo bueno, debe ser hecho perfectamente de acuerdo a los mandamientos de Dios, como solo Cristo puede hacer permanentemente; debe ser hecho siempre para la gloria de Dios, como solo Cristo puede hacer en cada caso; y en completa dependencia en Cristo, pues separados de él nada bueno podemos hacer. Si esos elementos no se cumplen, nuestras obras —aun las que consideramos buenas—, son como «un trapo lleno de inmundicia» ante los ojos de Dios (Isaías 64.6).

Es decir, solo Cristo hizo siempre la voluntad de Dios; solo Cristo obró siempre para glorificar a Dios, y solo Cristo llevó a cabo su ministerio por el poder de Dios. 

Dios nos escogió en Cristo «para que en su presencia seamos santos e intachables» (Efesios 1.4). También fuimos «adoptados como hijos suyos… para alabanza de su gloria, con la cual nos hizo aceptos en el Amado» (Efesios 1.5-6). En Cristo también «participamos de la herencia… a fin de que… alabemos su gloria» (Efesios 11-12). Por último, recibimos poder para actuar de acuerdo a la voluntad del Padre, pues fuimos «sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia… para alabanza de su gloria» (Efesios 13-14).

Cuando, en Cristo, realizamos las obras que el Padre «preparó de antemano para que vivamos de acuerdo a ellas» (Efesios 2.10), glorificamos a Dios a través de ellas y vivimos y actuamos de acuerdo a su voluntad.

Solo así nuestras obras podrán ser consideradas buenas ante los ojos de Dios y tenidas en cuenta. Solo después de recibir a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador podremos realizar obras que redunden en un beneficio para nuestra vida eterna y que Dios, al mirarlas, pueda decir: «¡Bien hecho siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor!».

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