Lucas 9.9 «Pero Herodes dijo: «¿Quién será este hombre del que tanto se oye hablar? No puede ser Juan el Bautista, porque yo mismo ordené que lo mataran». Por eso, Herodes tenía mucho interés en conocer a Jesús».
Introducción
Herodes se hizo una pregunta que surgía, probablemente, del temor. A causa de su pecado, permanentemente acusado públicamente por Juan el Bautista,
Herodes había consentido en matarlo y cortar su cabeza, para conceder un pedido de la hija de su cuñada y amante, Herodías.
Luego de un tiempo, se enteró de que había alguien que actuaba como Juan el Bautista y que con sus milagros y enseñanzas estaba perturbando a muchos.
No era el único que, en aquel tiempo, se hacía la misma pregunta: ¿Quién es este Jesús?
En el Nuevo Testamento la pregunta se repite varias veces y cada vez la respuesta está implícita en el mismo acontecimiento.
1. Lucas 7.44-50 – El Señor de la misericordia
Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Esta es una historia de misericordia y amor. En ningún momento se escuchó una voz de crítica de parte de Jesús para la mujer, solo de misericordia y amor. Jesús sabía que esa mujer era pecadora, pero él veía su arrepentimiento.
Es así como nos mira y recibe Jesús cuando, compungidos por nuestras culpas y pecados, nos acercamos a él. Cuando, como aquella mujer, no tenemos nada que decir. Solo lágrimas y confianza.
Jesús es el Señor de la misericordia, que te salva y te da paz.
2. Marcos 4.35-41 – El Señor de las tribulaciones
Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo [a sus discípulos]: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?
Dios nunca ha prometido librarnos de las tormentas de la vida —en realidad la Biblia nos advierte de lo contrario, nos asegura que pasaremos por tormentas. Pero, permanentemente, promete algo mejor. Él estará en ellas y nos dará la posibilidad de transformar las tormentas en escenas de milagros y maravillas.
En el capítulo 12 del libro de los Hechos, Lucas nos relata la muerte de Jacobo, el hermano del Juan, a manos de Herodes y el encarcelamiento de Pedro a fin de matarlo.
Es muy importante que recordemos que la noche anterior a su ejecución, ¡Pedro estaba durmiendo! Pedro había aprendido. Él sabía perfectamente que Jesús era el Señor de las tribulaciones.
La promesa de Dios: siempre habrá tormentas a las que enfrentar y vencer:
- Tormentas de conciencias agobiadas
- Tormentas de enfermedades y abatimientos
- Tormentas provocadas por la incomprensión o maldad humana
- Tormentas por pecados y fracasos morales, propios y ajenos
¡Y el Señor parece dormir!
Jesús es el Señor que aquieta las aguas y trae la calma… y te lleva a la otra orilla a salvo.
3. Lucas 5.17-26 El Señor del perdón
Aconteció un día, que él estaba enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor estaba con él para sanar. Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él. Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús. Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios. Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.
Nuevamente el Señor Jesucristo se encuentra ante la necesidad humana que clama por un milagro, y la bajeza humana que en lugar de bendecir a Dios le busca «la quinta pata al gato» ante tamaña demostración del poder y la misericordia de Jesús.
Primero, Jesús se ocupó de lo más importante: otorgó el perdón de los pecados y, por la incredulidad de los que lo rodeaban, sanó al paralítico.
Allí había dos grupos. Aquellos que ponían piedras en el camino y aquellos que, asombrados, glorificaban a Dios por sus maravillas.
No podemos permanecer imparciales ante Jesús: lo aceptamos como nuestro Señor y Salvador o lo rechazamos. No hay término medio.
Él está dispuesto a aceptarnos tal como somos y a perdonar nuestros pecados, si es que estamos dispuestos a seguirle.
Jesús es el Señor que perdona tus pecados.
4. Mateo 21.6-11 – El Señor de la promesa
Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. La gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.
A lo largo del Antiguo Testamento y desde el mismo principio, Dios se encargó de dejar bien en claro que el hombre no podía salvarse solo y que, por lo tanto, él enviaría un Salvador, para que cargase sobre sí el pecado de todos nosotros.
La entrada a Jerusalén no era solamente el cumplimiento y la conjugación cabal de todas esas promesas del Antiguo Testamento con respecto al Mesías, sino también el anuncio del día en el que toda la creación aclamará a Jesús como el Señor y Salvador de los hombres, porque Cristo viene otra vez.
El pastor Nelson Fanini, de la Iglesia Bautista de Niteroi, Brasil, cierta vez dijo: «Predico con la permanente sensación de que un día de estos mi sermón será interrumpido por la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo».
Así es como debemos estar esperando al Señor. En permanente vigilia y espera activa. Como dice 1 Juan 2.28: «Ahora, hijos míos, sigan unidos a Cristo. Así, cuando él regrese, lo estaremos esperando confiadamente y no pasaremos por la vergüenza de ser castigados».
Lo que ahora haces con él, tu respuesta al llamado del Salvador, determinará su relación contigo cuando vuelva otra vez y, a partir de allí, eternamente.
Jesús es el Señor sobre quien se cumple la promesa y que vuelve otra vez a buscar a su Iglesia… vuelve otra vez a juzgar al mundo… vuelve otra vez a buscar a cada uno de nosotros, para que vivamos junto a él y para siempre.
Conclusión
En el tiempo del exilio a Babilonia, el pueblo de Dios estaba sufriendo por su pecado. Dios envió a su profeta Ezequiel a fin de hablar a su pueblo y decirle: «Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé» (Ezequiel 22.30).
Dios buscaba a alguien que pudiera responder ante él a favor de su pueblo, y no lo encontró. Solo Jesús podía cumplir ese rol.
En Juan 19.5, vemos que la respuesta a la búsqueda infructuosa de Dios fue respondida, no por alguien del pueblo de Dios, sino por un romano, Pilato, pues cuando se encuentra con los dignatarios judíos, dice: “He aquí el hombre”. Sin saberlo, estaba respondiendo a la búsqueda de Dios a través de Ezequiel.
¿Quién es este para ti?
- Para la mujer pecadora fue el Señor de la misericordia
- Para sus discípulos fue el Señor de las tribulaciones
- Para el paralítico fue el Señor del perdón
- Para la gente de Jerusalén fue el Señor de la promesa
Nuevamente debemos responder, en forma personal, a la pregunta inicial: ¿Quién es este… para mí?