En su libro «Cuando la vida te decepciona», Harold Kushner cuenta la historia de una rabino que había tenido una semana muy complicada, de manera que no pudo terminar todo lo que tenía que hacer, ni cumplir con las visitas que tenía programadas.
Por tal motivo, decidió que usaría el siguiente domingo para completar las visitas que no pudo hacer durante la semana. Así fue que, cuando llegó el domingo, fue al hospital.
Después de una hora, y sin poder cumplir completamente su plan de visitas —un enfermo recibió el alta, otro estaba dormido, y otro tenía compañía—, dejó el hospital con un sabor amargo. Había dejado de lado a su familia y no había logrado casi nada en el hospital.
Al salir, mientras iba a buscar su auto, pasó por un edificio de oficinas, donde había un guardia de seguridad en la puerta. El guardia le deseó las buenas tardes, lo que impulsó al rabino a detenerse y preguntarle: «Es domingo. El edificio está vacío y cerrado. ¿Por qué está parado ahí?». El guardia le respondió: «Me contrataron para asegurarse de que nadie entre o alguien rompa algo. ¿Pero por qué está usted aquí con saco y corbata un domingo por la tarde? ¿Para quién trabaja?».
El rabino iba a decirle al guardia el nombre de su congregación, pero hizo una pausa, buscó en su bolsillo una tarjeta, y le dijo: «Aquí tiene mi nombre y teléfono. Le pagaré 5 dólares por semana para que me llame todos los lunes por la mañana y me haga esa misma pregunta: ¿Para quién trabaja?».
Uno podría pensar: «¡Qué bien por el rabino!» pero, en realidad, todos deberíamos pensar de la misma manera con respecto a Dios y su plan para nuestra vida. ¿Qué nos motiva a hacer lo que hacemos en cada área de nuestra vida? Trabajo, estudio, vida familiar, etc. Todas son áreas que llevamos adelante cada día de nuestra vida, pero ¿qué rol juega Dios en cada una de ellas?
A veces, parece que actuamos como si una cosa fuera la vida dentro de la iglesia, y otra muy distinta la vida fuera de la iglesia. Muchas veces, el mundo nos incita a actuar de acuerdo a sus parámetros o mandatos y olvidamos que somos hijos de Dios los 365 días del año y las 24 horas del día. En cada circunstancia somos hijos de Dios que se desarrollan en una empresa, estudian en la universidad, que son profesionales de la salud, o que trabajan en una diversidad de lugares y formas; y en cada una de esa actividades somos hijos de Dios que deben ser luz y sal, y que deben vivir de acuerdo a los parámetros de Dios para su gloria y honra. Es nuestra responsabilidad y privilegio ser los representantes de Dios en cada lugar donde vamos, en cada tarea que realizamos y ante cada persona con quien actuamos. Que el Señor nos ayude a hacerlo así cada día.
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