Revelación e inspiración divina

Revelación e inspiración divina

El contexto en el que debe ser evaluada la inspiración bíblica es el de la revelación divina; por lo tanto, las Escrituras no deben ser consideradas aparte de ese contexto. 

Las ideas de revelación e inspiración son correlativas e interconectadas, por lo tanto, nuestro concepto de revelación divina es decisivo para nuestra comprensión de la inspiración, y viceversa. 

La revelación consiste en una serie de situaciones en la historia en donde podemos apreciar, por fe, la mano de Dios y que han sido «reveladas» por Dios a través de su Palabra. 

La revelación de Dios generó la Escritura. El propósito de las Escrituras es idéntico al de la revelación: testificar a Jesús como el Cristo (2 Ti 3.15). Como las Escrituras son cristológicas, son soteriológicas. Es decir, como las Escrituras presentan a Cristo nos guían a la salvación. 

Inspiración 

2 Timoteo 3.16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra». 

En este pasaje, Pablo enseña la divina autoridad de toda la Escritura. Lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice. Es inspirada (theopneustic) por Dios. 

En 2 Pedro 1.20-21 leemos: «Pero antes que nada deben entender esto: Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque la profecía nunca estuvo bajo el control de la voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron bajo el control del Espíritu Santo». 

Mientras que Pablo expresa el concepto positivamente —toda la Escritura es inspirada—, Pedro lo expresa negativamente —ninguna profecía es originada en la voluntad humana

En Mateo 5.17-18, leemos: «No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque de cierto les digo que, mientras existan el cielo y la tierra, no pasará ni una jota ni una tilde de la ley, hasta que todo se haya cumplido». Aquí, Jesús mismo pronuncia la innegable autoridad del Antiguo Testamento y la comprensión escatológica de su propio ministerio. 

  1. Toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Ti 3.16) 

Sobre esta declaración descansa la inspiración divina sobre toda la Escritura. Lo que las Escrituras registran es lo que Dios mismo inspiró y no los pensamientos de los escritores. Es lo que Dios quiso que tuviéramos de parte de él. 

La inspiración es un asunto que no admite «grados»; es decir, no puede haber más o menos inspiración. Hay claros niveles de revelación, pero no de inspiración. Por lo tanto, podemos decir que la inspiración es plenaria

  1. Por lo tanto, es infalible. (Salmos 19.7: «La Ley del Señor es perfecta»). Es decir, es cierta, verdadera. Es la Palabra escrita de Dios, quien no comete errores. 
  1. Lo que nos lleva al tercer elemento: es inerrante. Es decir, no comete errores. La inerrancia es lo que siempre ha creído la Iglesia, tanto implícita como explícitamente. 
  1. Perfecta en sus libros originales: los libros originales, llamados autógrafos, que hoy no tenemos, son los que consideramos perfectamente inspirados por Dios. Sin embargo, creemos que Dios ha preservado las copias y traducciones a fin de que su Palabra llegue al hombre de cada tiempo de acuerdo a su voluntad. Los descubrimientos más recientes en materia de manuscritos bíblicos así lo confirman. 

Propiedades de la Escrituras 

  1. Autoridad – La Escritura tiene el exclusivo derecho de exigir nuestra obediencia, pues solo ella es la Palabra de Dios. Las Escrituras son el instrumento de nuestro conocimiento de Dios y el primer principio para conocer a Dios. 
  1. Suficiencia – Las Escrituras tienen todo lo que necesitamos para conocer lo que Dios desea que conozcamos de él y para conocer el camino que nos lleva a la salvación. Es decir, todo lo que el cristiano necesita conocer acerca de la salvación y el andar cristiano está contenido en las Escrituras. 
  1. Claridad – Como es nuestra autoridad, la Palabra es clara para leer y entender. Como dijimos antes, en las Escrituras hay distintos niveles de revelación que van «apareciendo» en la vida del cristiano a medida que este crece espiritualmente, pero en cada etapa de su crecimiento, lo que lee será claro y comprensible. 
  1. Eficacia – Siendo la Palabra de Dios, las Escrituras poseen la capacidad de convencer y convertir al pecador. En la obra bíblica llevada a cabo a través de las diferentes Sociedades Bíblicas nacionales tenemos muchos ejemplos de cómo la Palabra de Dios, por sí sola y con la guía del Espíritu Santo, llevaron a muchos a conocer a Dios sin intervención humana. 

Uno de los principios rectores de la Reforma fue la frase: sola Escritura. Con esto, los reformadores decían que en las Escrituras estaba todo lo que el hombre necesitaba para su vida espiritual y para su andar en el mundo. Eso no ha cambiado. Sin embargo, en la iglesia de hoy, hay quienes se empeñan en minimizar el valor de la Palabra de Dios, equiparándola a profecías de factura humana, argumentando que la revelación de Dios para el hombre de hoy ha cambiado. Debemos enfatizar que esto no es así. Dios es el mismo, hoy, ayer y por los siglos. Así es, también, su Palabra revelada. 

La pérdida del concepto de SOLA ESCRITURA nos llevará a un nuevo concepto del ministerio y a un misticismo gnóstico. Es decir, cualquiera que dice tener Palabra de Dios podrá presentar nueva revelación, lo que puede llevarnos a un misticismo muy peligroso. Nunca debemos olvidar que la fe cristiana aún vive a causa de que fue firmemente fundamentada en algo que no cambia: la eterna Palabra de Dios. «Liberarnos» de la Palabra no nos llevará a más y mejor luz, sino que nos hundirá más y más en la oscuridad. 

Todo argumento teológico debe ser medido por un molde eterno, esto es, la Palabra de Dios. Si mi teología o la de algún otro, no encaja en la Palabra de Dios, no debemos adecuar la Palabra, sino cambiar la teología. 

Debemos ser conscientes de que hay únicamente dos alternativas: o ponemos a la Biblia sobre todo lo demás o ponemos lo demás —aunque sea «únicamente» algo— sobre la Biblia. 

Si la palabra de cualquier hombre toma el rol que únicamente le pertenece a la Palabra de Dios, toda desviación es posible. Es nuestro deber, como cristianos, levantar la Palabra de Dios como la voluntad revelada de Dios para todas las edades. 

La verdad de la Escritura apunta a formar nuestras mentes, corregir nuestros juicios y dirigir nuestros caminos. Solo la Palabra de Dios tiene poder normativo sobre nosotros, pues es el registro inspirado de la revelación de Dios en Cristo. 

La gente busca, permanentemente, un lugar seguro donde sostenerse. La fe cristiana conoce a un Dios que invadió nuestro mundo en la persona de Jesucristo y que nos dejó su Palabra, que es verdad y que contiene el poder para transformar al hombre. La Biblia provee una base sólida donde asentarnos, y tiene tanta relevancia hoy como la tuvo desde el día en que Dios nos la dio. No permitamos que nadie nos quite ese privilegio. 

«La hierba se seca y la flor se marchita, pero la Palabra de nuestro Dios, permanece para siempre» (Is 40.8).  

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