La santificación es un término que se utiliza en la Biblia para describir el proceso mediante el cual un creyente se hace más semejante a Cristo a lo largo de su vida.
Es importante comprender que la santificación es un elemento clave de la vida cristiana; no permite entender cómo el creyente debe vivir su vida en este mundo.
La santificación comienza con la conversión. Cuando una persona acepta a Jesús como su Salvador y Señor, se convierte en una nueva creación y recibe el Espíritu Santo (2 Corintios 5.17; Romanos 8.9). El Espíritu Santo es el que obra en el creyente para transformar su vida. La santificación es, por tanto, un proceso en el que el Espíritu Santo trabaja en el creyente para ir conformándolo a la imagen de Cristo (Romanos 8.29).
La santificación no es algo que se lleva a cabo de forma instantánea, sino que es un camino a recorrer. A decir verdad, es un proceso gradual que se extiende a lo largo de toda la vida del creyente. En Filipenses 1.6, el apóstol Pablo escribe: «Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Es decir, Dios inició el proceso de santificación en el creyente y lo llevará a cabo hasta que muera o hasta que Cristo vuelva.
El proceso de santificación implica la cooperación activa del creyente con el Espíritu Santo, y es una relación que se va incrementando diariamente a través de la comunión con Dios a través de la oración y la lectura de la Biblia. Es a través de la oración y la Palabra de Dios que el creyente aprende acerca de la voluntad de Dios y es fortalecido en su fe. Además, el creyente debe estar dispuesto a obedecer la voluntad de Dios y buscar seguir sus mandamientos cada día. En Juan 14.15, Jesús dijo: «Si me aman, obedezcan mis mandamientos». La obediencia es una parte crucial del proceso de santificación del creyente.
La santificación también implica la transformación del carácter del creyente. A medida que el Espíritu Santo obra en el creyente, este comienza a desarrollar los distintos componentes del fruto del Espíritu: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5.22-23). Cuando estos componentes del fruto del Espíritu Santo se van reflejando en la vida del creyente, se evidencia la obra de Dios en el creyente. Así como la luz blanca se descompone en los colores primarios cuando pasa por un prisma, podríamos usarlo como ejemplo para decir que cuando la luz del Espíritu pasa por la vida consagrada del creyente, esa luz «se descompone» en los nueve componentes del fruto del Espíritu Santo, que se verán cada vez más claros en la vida del creyente.
La santificación también implica la separación del pecado. El creyente debe alejarse del pecado y acercarse a Dios. En 1 Tesalonicenses 4.3, Pablo escribe: «La voluntad de Dios es que ustedes sean santificados, que se aparten de toda inmoralidad sexual». El creyente debe estar dispuesto a apartarse de todo aquello que lo aleje de Dios y comprometerse a vivir una vida de pureza y santidad.
La santificación también implica la perseverancia en la fe. El camino de la santificación no siempre es fácil, por lo que el creyente debe perseverar en su fe y confianza en Dios. En Hebreos 12.1-2, se nos exhorta a correr con perseverancia la carrera que se nos ha puesto por delante, fijando la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe. La perseverancia en recorrer el camino hacia la santidad es esencial para completar el proceso que nos lleve a parecernos más a Jesús cada día.
En resumen, la santificación es un proceso esencial en la vida del creyente. Comienza con la conversión y continúa a lo largo de toda la vida del creyente. Implica la cooperación activa del creyente con el Espíritu Santo, la transformación del carácter del creyente, la separación del pecado, y la perseverancia en la fe. La santificación es el proceso por el cual el creyente se hace más semejante a Cristo y se prepara para el día en que estará con él en la gloria.
La importancia de la santificación no puede ser subestimada. Es el proceso mediante el cual el creyente se acerca a Dios y se convierte en una imagen más clara de Cristo. Si bien, como dijimos antes, el camino de la santificación no siempre es fácil, con la ayuda del Espíritu Santo y la perseverancia en recorrer ese camino de fe, el creyente puede completar el proceso y vivir una vida que honre a Dios.
Medios de santificación
Si bien la obra del Espíritu Santo es crucial en el proceso de santificación, pues es él quien nos capacita para que podamos hacerlo, el creyente juega un papel importante en el mismo. Aunque hay varios medios de santificación, ¿qué elementos básicos pueden usarse para entrar de lleno en el proceso de santificación?
- La Palabra de Dios – En la oración sacerdotal que el Señor Jesús elevó al Padre horas antes de su crucifixión, le pidió: «Santifícalos en tu verdad; tu Palabra es verdad» (Juan 17.17). Si buscamos vivir santamente, la Palabra de Dios debe anidar en nuestro corazón a fin de equiparar lo que conocemos con lo que vivimos. Si no sabemos qué debemos solucionar en nuestra vida, nunca lo haremos. La Palabra de Dios nos da esa luz. Por lo tanto, cada día debemos leer la Palabra, meditar en ella y dejar que moldee nuestra vida. Es a través de la Palabra de Dios que aprendemos acerca de la voluntad de Dios para nuestra vida.
- La oración – La oración fue una de las principales características de la iglesia primitiva. «Oren sin cesar», decía Pablo (1 Tesalonicenses 5.17). No debemos orar solamente para acercarnos al Padre, presentar nuestras necesidades, interceder por otros, alabar a Dios por lo que hace en nosotros y adorarlo por lo que es, sino que también debemos pedir a Dios que nos ayude a vivir vidas santas, que honren su nombre. La oración es uno de los medios imprescindibles para transitar un camino hacia la santificación que Dios desea en nuestra vida.
- La comunión – La participación activa en el Cuerpo de Cristo es fundamental para vivir vidas que reflejen el carácter de Cristo en nuestra vida. El escritor de Hebreos dice: «Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como es la costumbre de algunos, sino animémonos unos a otros; y con más razón ahora que vemos que aquel día se acerca» (Hebreos 10.24-25). La iglesia es donde podemos exhortarnos (Hebreos 10.25), edificarnos (1 Corintios 14.26), observar la Cena del Señor (Hechos 20.7 1 Corintios 11.17, etc.), leer juntos la Palabra de Dios (Colosenses 4.16), dar testimonio a los incrédulos (1 Corintios 14.24), ejercitar los dones (1 Corintios 12), predicar (Hechos 20.27), disciplinar (1 Corintios 5.4-5), etc.
Aristóteles decía que la excelencia moral es el resultado del hábito; nos volvemos justos, practicando actos de justicia; buenos, practicando actos de bondad; etc. Es un buen consejo a seguir, porque nos volvemos santos practicando hábitos de santidad.
A medida que avanzamos en nuestro camino cristiano, veremos que, si nos ponemos en las manos de Dios, él usará varios medios de santificación. Dejemos que Dios guíe nuestra vida y abramos nuestra mente y corazón para que él obre diariamente en nosotros y así podamos ir creciendo en santidad para que la imagen de Cristo vaya siendo moldeada en nosotros.
Como mencionamos antes, debemos recordar siempre la declaración del apóstol Pablo: «La voluntad de Dios es que ustedes sean santificados» (1 Tesalonicenses 4.3). Pongamos nuestras vidas en las manos de Dios y avancemos seguros hacia donde él quiera que vayamos, al tiempo que vivimos vidas que honren y glorifiquen a Dios.