«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.» (Isaías 53.6)
La Biblia enseña que todos los seres humanos somos iguales. Por supuesto, cada uno con sus propias características, pero todos compartimos elementos en común que nos unen y nos hacen miembros de la misma gran familia humana.
- Somos iguales en nuestro origen. Idiomas, costumbres y nacionalidades distintas, pero todos provenimos de Dios, que creó a nuestros primeros padres.
- Somos iguales en nuestro físico. Colores, tamaños y pesos diferentes, pero todos tenemos un corazón que mantiene en funcionamiento nuestro cuerpo. ¡Y compartimos el aire que respiramos!
- Somos iguales en nuestra fragilidad. Nos enfermamos, accidentamos, padecemos el dolor, sufrimos la soledad, necesitamos el descanso diario y, aunque no nos guste la idea, algún día moriremos.
- Somos iguales en nuestros anhelos. Caracteres, creencias y valores distintos, pero todos sentimos la misma necesidad de ser amados y valorados, y deseamos alcanzar la felicidad y la realización.
- Somos iguales en nuestra necesidad de conocer a Dios. Aunque algunos se muestren reacios y nieguen su existencia, todos tenemos el mismo vacío espiritual y necesitamos llenarlo con el amor de nuestro creador. Hasta que no confiemos en Jesús como Señor y Salvador, nada ni nadie podrá satisfacer ese profundo vacío interior.
La diferencia principal entre los seres humanos se halla en la respuesta que cada uno le ofrece al amor de Dios. Su misericordia y perdón están disponibles para todos, pero solo quienes deciden acercarse y recibir sus favores, logran disfrutar de una vida en plenitud.
Sumérgete: Lo maravilloso de las buenas noticias de Jesús es que cada persona puede acercarse a él con libertad y confianza. ¡Su promesa es que no echará a nadie sino que espera que todos lo busquen de corazón!