El tiempo oportuno

Escribiendo a la iglesia de Galacia, Pablo se refiere al momento preciso cuando Dios envió a su Hijo: «Cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo…» (Gálatas 4.4). La RVR60 dice: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo». Evidentemente, Dios envió a su Hijo en el momento exacto… en el mejor momento posible. Pero ¿por qué 2000 años atrás fue el mejor momento? ¿Por qué no lo envió mucho antes? ¿O mucho después? ¿Qué tenía de especial aquel tiempo 2000 años atrás?

Es claro que los tiempos de Dios son siempre la mejor opción. Veamos, entonces, por qué aquel momento fue el tiempo indicado.

Un mismo idioma

Lo primero que debemos analizar tiene que ver con el lenguaje. Al estudiar la historia del lenguaje —podríamos decir la historia de la comunicación—, debemos retroceder algunos miles de años antes de Cristo.

Podemos decir que el proceso del cual aparecería la escritura comenzó alrededor del 3500 a.C. —quizás antes—, cuando algunas civilizaciones, como la sumeria y la egipcia, comenzaron a usar símbolos, desarrollando sistemas de representación que podríamos llamar pictográficos.

Medio milenio después, los egipcios empezaron a utilizar papiros en los que reproducían jeroglíficos y podían ser transportados fácilmente.

Para el 1200 a.C. los fenicios desarrollaron un primer alfabeto con 22 letras —todas ellas consonantes. Alrededor del 800 a.C., los griegos desarrollaron un alfabeto con 27 letras que incluía vocales. Más adelante, los etruscos modificaron aquel alfabeto, hasta que fueron conquistados por los romanos, alrededor del 100 a.C., y estos lo divulgaron a todo su Imperio. A pesar del dominio del Imperio romano, el idioma griego, particularmente el griego koiné, sobrevivió y fue usado en todo el Imperio en el comercio, en el mercado y entre el pueblo. Incluso los judíos lo usaban para hablar con los gentiles. Para el tiempo de Jesús, el griego se había convertido en el idioma usado en todo el Imperio. Un idioma común.

Rutas romanas y la Pax Romana

Para el tiempo del nacimiento de Jesús, el Impero romano se había establecido en la mayoría del mundo conocido. Para asegurarse de que su Imperio tuviera una larga vida, el emperador debía poder enviar a su ejército, usando sus carros, por todo el territorio conquistado. Por aquellos tiempos, las rutas eran bastante rudimentarias. Si el ejército romano quería hacer cumplir la ley romana en todo el Imperio, los soldados debían poder ir de un lugar a otro a través de rutas transitables.

Los romanos tuvieron la ventaja de que el Imperio persa había construido una red de rutas reales, que fueron renovadas por los griegos y finalmente mejoradas por los romanos. Todavía hoy existen rutas romanas que pueden utilizarse, como la famosa Vía Apia, que fuera construida alrededor del 250 a.C.

Esas rutas posibilitaron que los ejércitos romanos se trasladaran rápida y eficientemente por todo el Imperio. Aquel intrincado entramado de rutas eran usado por los ejércitos romanos todo el tiempo, logrando así que los caminos antes peligrosos se convirtieran en sendas seguras para la gente. Las fuerzas romanas y los caminos transitables pusieron en funcionamiento lo que se  conoce como la Pax Romana, que llevó seguridad por todo el Imperio. Seguridad y rutas transitables.

Sistema postal

Todo lo descrito antes abrió el camino para desarrollar un sistema postal seguro y confiable. Si bien, como herramienta, el sistema postal fue un invento egipcio desarrollado alrededor del 2000 a.C. y puesto en funcionamiento realmente por los persas 1000 años después, los romanos lo modernizaron y utilizaron para enviar a todo su Imperio las indicaciones y órdenes de Roma a lo largo y ancho de su Imperio. Sistema seguro para el envío de cartas.

Entonces, respondiendo a la pregunta inicial de por qué el tiempo de la venida de Jesús fue el momento oportuno utilizado por Dios, podemos decir que fue un tiempo donde en todo el mundo conocido se hablaba un mismo idioma, las rutas eran transitables y seguras, la pax romana brindaba seguridad para ir de un lado a otro del Imperio y, por último, el sistema postal se había modernizado de tal manera que las cartas apostólicas podían ser enviadas a cada rincón del Imperio con la seguridad de que llegarían sin inconvenientes.

Si a los elementos recién descritos le añadimos que los romanos permitían que las distintas religiones se practicaran sin persecuciones —al menos en la mayoría de los casos—, podemos decir que todos esos elementos posibilitaron que el evangelio pudiera predicarse a lo largo y ancho del Imperio, y de esa manera el mensaje llegara sin problemas a cada habitante del mundo conocido.

Por todo esto, «cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo».

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