«No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.» (Filipenses. 3.12)

Todavía en algunas ciudades los niños se divierten subidos a un carrusel, «calesita» o «tiovivo», como también se lo conoce. Se trata de un dispositivo mecánico lleno de figuras de animales y vehículos en los que los niños montan, que gira sobre su eje a una velocidad intermedia y hace las delicias de pequeños y grandes.
Es obvio que nadie puede pretender llegar a alguna parte arriba del carrusel. Se mueve, es cierto, y sus muñecos suben y bajan al compás de la música. ¡Pero jamás avanza ni cambia de lugar! ¡Desde allí solo se pueden mirar los mismos paisajes una y otra vez!
Hay personas que corren de un lado para el otro, llenas de actividades y compromisos. De la casa al trabajo, del trabajo a la universidad y de allí de regreso al hogar. ¡Y lo tragicómico es que mucha gente ni siquiera sabe hacia dónde va su vida! No por nada el agotamiento y el estrés son las principales enfermedades de esta época.
¿Cómo podemos evitar esa situación y no pasar la vida girando sin llegar a ningún lugar? Tres palabras clave: relación, propósito y sentido.
Cuando Dios está en nuestra vida, le permitimos que nos dirija en cada decisión. Al relacionarnos con él mediante la oración y la lectura de la Biblia, comprendemos que estamos aquí con un propósito. Esa realidad le da sentido a nuestra existencia, de modo que tenemos una dirección clara hacia dónde enfocar nuestros mejores deseos y esfuerzos.
¡Dejemos de dar vueltas y decidámonos a avanzar!
Sumérgete: Durante la vida habrá momentos en los que quizás debamos detener la marcha y también ocasiones en las que todo nos parezca un «sube y baja» continuo de experiencias. ¡Es normal que eso pase! Lo importante es que en todo tiempo aprendamos a buscar a Dios y le pidamos fuerzas para seguir hacia adelante.