«Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.» (Juan 8.34-36)

Vivir tras las rejas de una prisión es una experiencia muy triste. Allí, en cada celda, conviven personas que han cometido diferentes delitos y crímenes. Personas que no se imaginaron ese futuro cuando eran niños, pero sus hechos y decisiones los llevaron hasta ese lugar en donde pagan sus culpas y deudas con la sociedad. Algunos durante pocos meses, otros quizás por muchos años.
Hombres y mujeres que viven apartados de la comunidad, que ya no pueden ver a sus familias, caminar por la ciudad ni disfrutar de nuevos paisajes cada semana. Seres humanos que perdieron uno de los valores más importantes de la vida: la libertad.
Pero en todo el mundo hay gente que, a pesar de no estar recluida en una prisión, vive como si lo estuviera. Personas que trabajan, estudian, viajan, comen y duermen pero no son libres en su interior. El orgullo, las tentaciones, los vicios, las adicciones, el odio, los complejos, la discriminación, el resentimiento dominan sus corazones y no les permiten disfrutar la libertad.
Pero cuando un hombre o una mujer decide creer en Jesús y recibe el regalo de la vida eterna, la Biblia asegura que se convierte en alguien nuevo, que puede disfrutar de la libertad. ¡Ya no tiene por qué vivir angustiado ni atrapado por las preocupaciones, el pecado y el egoísmo! ¡Ahora es libre para amar y vivir una vida plena!
¿Disfrutamos de la libertad que tenemos?
Sumérgete: Ya sea que estemos en una cárcel o fuera de ella, podemos encontrar en Jesús el amor, el perdón y la libertad interior que solo él puede darnos. ¡Abramos nuestro corazón y permitamos que Jesús obre en nuestra vida!
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