«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.» (1 Tesalonicenses 5.23)
Además de evitar que nuestros oídos y ojos sean las puertas por donde ingresen imágenes y sonidos que podrían contaminar nuestra mente, debemos cuidar lo que decimos y también lo que hacemos. Por eso, pensemos en lo siguiente:
– Refrenar la boca. Las palabras que decimos, ¿entristecen a los demás? Nuestro vocabulario ¿incluye malas palabras? ¿Vivimos quejándonos todo el tiempo? ¿Hablamos mal de otras personas cuando no están presentes? ¿Decimos mentiras?
– Cuidar las manos y los pies. Pensemos en lo que hacemos. ¿Cómo tratamos a nuestros amigos? ¿Qué lugares elegimos para divertirnos? ¿De qué manera nos relacionas con el sexo opuesto? ¿Ayudamos a nuestra familia en las tareas de la casa? ¿Qué hacemos cuando nadie nos ve?
En una ocasión alguien dijo que nuestro ser es como una casa. Cada área está dividida en habitaciones y compartimentos. Cuando conocemos a Jesús como Dios y salvador, él se transforma en el dueño de nuestra vida. ¡Tenemos que darle las llaves de todos los cuartos y permitirle que los limpie y nos ayude a ordenarlos!
Todos los días hagámonos estas sencillas preguntas: «Esto que escucho, miro, pienso, digo y hago, ¿le agradará a Dios? ¿Me ayudará esto a vivir una vida limpia y pura para él?»
Si la respuesta es negativa, entonces podremos tomar decisiones firmes para evitar que se dañe nuestra salud física, emocional y espiritual.
Sumérgete: La Biblia enseña que nuestra vida le pertenece a Jesús desde el momento en que lo reconocimos como Señor y Salvador, perdonó nuestros pecados y nos limpió de toda culpa.
Ahora depende de cada uno de nosotros vivir cada día cuidando la pureza. Hagamos nuestra parte y él nos dará las fuerzas para vencer.
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