«Y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía.» (Isaías 58.10)

El hambre es una de las mayores causas de muerte en el mundo. Nuestras calles y avenidas están pobladas de personas que no saben a quién recurrir para comer. Naciones enteras sufren la desnutrición de sus niños, y miles de hombres y mujeres viven toda la semana con un solo plato de comida.
¿Es justo esto? ¿Es correcto que una parte del mundo sufra el hambre mientras que otra tiene problemas de salud debido a la abundancia de comida? ¿Está bien que haya empresas que tiren los alimentos a la basura o los arrojen al mar?
Cuando conocemos a Jesús y leemos la Biblia, comenzamos a sentir el deseo de hacer algo para cambiar la realidad. ¿Qué podemos hacer para mejorar el mundo?
- Primero, aprendamos a compartir lo que tenemos, sea poco o mucho.
- Segundo, sumémonos a proyectos de ayuda social que funcionen en nuestra iglesia o comunidad.
- Tercero, no regalemos nuestro dinero como una limosna: compremos alimentos y repartámoslos entre los hambrientos.
- Cuarto, comuniquémonos con nuestros gobernantes y preguntémosles qué proyectos tienen para cambiar la situación de las personas que padecen de hambre diariamente.
- Quinto, hablemos de Jesús con todas las personas. La mayor hambre en el mundo es espiritual, la necesidad del ser humano de encontrarse con su creador.
Muchos problemas en el mundo se resolverían si cada ser humano comenzara a hacer lo que Dios enseña en la Biblia. ¡Si el egoísmo le diera lugar al amor!
Sumérgete: La próxima vez que vayamos al supermercado y compremos un alimento, llevemos otro similar (por ejemplo, dos paquetes de cereales): uno para nosotros y otro para donar a quienes no pueden comprarse comida.